El proyecto de la modernidad surgido en el siglo de la Ilustración pretendió transformar un orden social regido por la tradición y la religión en otro diseñado racionalmente para servir un ideal de justicia universal. En esta nueva sociedad racional los individuos actuarían de acuerdo con el ejercicio individual de la razón. Este ejercicio debía conducir a la generación de normas de comportamiento de validez práctica universal; es decir, constitutivas de unos órdenes justos en el cual todos los seres humanos fuesen tratados como fines en sí mismos. De este modo, la razón conduciría la discusión de los fines institucionales en el foro político del que, continuamente, se alimentaría el orden social racional. El ejercicio individual de la libertad, bajo esta concepción, era la voluntad y la capacidad de usar la razón como guía del comportamiento individual en contra de los mandatos provenientes de las inclinaciones corporales y de la tradición que resultaran opuestos a los mandatos de la razón. Para Alan Touraine (1999) la idea de modernidad está asociada con la de racionalización. La modernidad ha hecho de la racionalización el único principio de la organización de la vida personal y colectiva al asociarlo al tema de la secularización, es decir, prescindiendo de toda definición de los “fines últimos”.
Desde este marco de racionalidad, de naturaleza utilitaria, se da por supuesto que el individuo elige y calcula los medios y fines en función de la máxima utilidad o por la máxima utilidad esperada. El tipo de intenciones que plantea la modernidad son muy visibles en el modelo neoliberal de la actualidad, que ha implementado que sea la lógica del mercado quien guíe las decisiones en los distintos ámbitos de la vida social.
Poniéndose en contra de quienes adoptan una actitud pesimista respecto a la modernidad se encuentra Jürgen Habermas, teórico social, también alemán, que participó de la última etapa de la Escuela de Frankfurt. Para Habermas, la razón que se impone a partir de la modernidad, tiene dos variantes, una dimensión instrumental, y una dimensión sustantiva. La dimensión instrumental corresponde al desarrollo de las fuerzas productivas, el mismo que se ha convertido en objetivo central de las políticas de gobierno de todos los sistemas políticos del mundo. La dimensión sustantiva, corresponde a las facultades de comunicación intersubjetiva entre las personas, la formación de la cultura y la integración social, que deberían de darse plenamente en toda sociedad. Es así, como Habermas, plantea que el proyecto de la modernidad debe comprenderse de dos maneras: como desarrollo de la razón tecnológica, científica (como producto lógico del desarrollo burgués), pero también como razón comunicativa, no instrumental.
Alfonso Torres