Ser maestra en nuestros días, es un acto de valor. La profesión docente está plagada de retos y demandas que superan por mucho lo visto en el proceso formativo. El trabajo docente se ha intensificado y resulta para las maestras abrumador y estresante. Les provoca ansiedad, malestar físico y emocional, impotencia e incomodidad institucional. A pesar de ello, día con día superan los problemas y mantienen la mirada al frente, por la responsabilidad social que les implica la formación de sus alumnos.
El valor de ser maestra se expresa en su resiliencia frente a las múltiples demandas pedagógicas, curriculares y didácticas ( sin el acompañamiento formativo necesario); frente la intensificación de las demandas administrativas (muchas veces sin sentido); frente al escrutinio de las madres y padres de familia (muchas veces agresivo o acosador); frente a la vulnerabilidad de su condición institucional de acción docente (cada vez más limitada normativamente); frente al estancamiento de su condición laboral (salarios bajos, estímulos nulos o limitados, reconocimientos ausentes, prestaciones diminutas); frente al ejercicio autoritario y de poder de la parte oficial y sindical; y frente a las condiciones limitadas de infraestructura y equipamiento de su centro de trabajo.
Savater (1997) es contundente cuando refiere a la acción de educar como “un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana. Cobardes o recelosos, abstenerse. Lo malo es que todos tenemos miedos y recelos, sentimos desánimo e impotencia y por eso la profesión de maestro –en el más amplio sentido del noble término, en el más humilde también –es la tarea más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero desorientada”.
El acto de valor de las maestras se configura en toda esta condición, por ello, el reconocimiento, revalorización y dignificación de su tarea es un asunto pendiente del Estado, de la sociedad, de la autoridad, de la representación sindical. La tarea docente, que tiene la enmienda de formar a las generaciones nuevas para una ciudadanía responsable, es una tarea compleja y díficil. Requiere de condiciones pertinentes y favorables para su desarrollo.
Reconozcamos el valor de ser maestras, de ser maestros, y nuestra educación encontrará mejores caminos para su desarrollo.