El 15 de mayo más de dos millones de docentes en el país celebraron el Día del Maestro en confinamiento por segunda vez. Por ser un porcentaje mayoritario de mujeres (según el Banco Mundial, superior al 65%) debería denominarse el “DÍA DE LA MAESTRA”, por ello al referirme a la maestra en estos apuntes, me refiero a las maestras y maestros de México. Han sido catorce meses de grandes luchas para las maestras, en los cuales han transitado por experiencias pedagógicas, emociones y problemáticas diversas. Han aprendido a vivir “su docencia” de manera diferente, desde casa, en solitario, con un trabajo que se intensificó demasiado, que violentó los horarios sistemáticos que se tenían hasta hacerlos desaparecer, pero con la firme convicción de hacer lo posible porque sus alumnos aprendan, como esencia de su enseñanza.
La tarea de la MAESTRA se conflictuó desde distintos ángulos. Reconoció las enormes desigualdades sociales y económicas en sus alumnos. Reconoció sus limitantes y carencias en el manejo de dispositivos electrónicos y plataformas digitales. Reconoció sus debilidades pedagógicas y didácticas en el trabajo virtual y a distancia.
Reconoció carencias en la infraestructura familiar propia y de sus alumnos. Reconoció a la pandemia como un problema de salud grave. Reconoció sus temores ante la situación pandémica y sus consecuencias mortales en familiares, amigos, vecinos, conocidos. Aun así, y frente a todo ello, las maestras salieron adelante gracias a su gran fortaleza de espíritu, de conocimiento y de responsabilidad de su función.
El sistema educativo, la escuela, se han sostenido en esta pandemia gracias al trabajo y dedicación de las MAESTRAS, porque gracias a su sapiencia y fortaleza supieron enfrentar la adversidad de lo desconocido. Las maestras fueron capaces de movilizar recursos, estrategias, conocimientos, imaginación, creatividad, para que sus alumnos aprendieran. A pesar de ello no faltaron las críticas insensibles a su trabajo, llegando al absurdo de cuestionar que porqué les pagaban “sino hacían nada”. Evidentemente que estas críticas eran producto del desconocimiento a todo el esfuerzo que hay detrás de la pantalla de computadora, de los mensajes de celular o de los recados en lugares estratégicos de la comunidad.
El trabajo de las MAESTRAS, con el mismo salario por cierto, se sostuvo gracias a su inversión y gasto en luz, internet, equipo de cómputo, celular, pago de plataformas digitales, etc. que nadie (ni SEP, ni SNTE) le preguntó si tenía para ello.
Su trabajo se sostuvo a pesar de desempeñar un doble papel de madre y maestra; de hija y maestra; de abuela y maestra; o algún otro. Las responsabilidades familiares y del hogar se sumaron a las tareas de ser maestra. La intensificación de estas labores le produjo malestares físicos y emocionales. Su salud se deterioró. Y a pesar de ello, las maestras no se rindieron, continuaron, estimuladas por su sentido de responsabilidad, de amor a su profesión.
Debemos agradecer a las MAESTRAS y reconocer en ellas y ellos, la fortaleza y el valor que representan para nuestra sociedad. Las MAESTRAS merecen nuestro reconocimiento, pero no solo verbal, sino en una verdadera mejora de sus condiciones salariales, laborales e institucionales. Las MAESTRAS merecen que su carrera sea revalorada y respetada por la sociedad.
Las MAESTRAS son un ejemplo de cómo enfrentar la adversidad y de cómo cuidar de que nada dañe lo más preciado que tenemos: las niñas, niños y jóvenes.