En 2013 la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe de la UNESCO propuso seis orientaciones generales en relación con el desarrollo profesional y formación continua: a) Asegurar al profesorado el derecho a una formación continua relevante y pertinente; b) Asegurar impactos significativos de la formación continua en las prácticas de enseñanza y en los aprendizajes de los estudiantes; c) Construir trayectorias de desarrollo profesional; d) Implementar mecanismos de regulación de la oferta de formación continua; e) Promover el aprendizaje colaborativo en el contexto escolar; y f) Regular la pertinencia de la oferta de postgrados.
La formación docente, tanto inicial como continua, es una asignatura pendiente de la actual política educativa. La formación continua de los maestros debe orientarse a crear un modelo centrado en ellos y articularlo con la tarea de enseñar y la misión de la escuela. Deben revisarse los esquemas de actualización actuales y pasar a la generación de espacios de formación y aprendizaje diferentes.
Orientar la formación continua del docente hacia un sentido más colectivo y menos individualista, para posteriormente fortalecer ese mismo sentido en su superación profesional. La formación continua de los docentes debe fortalecerse en teoría pedagógica y en didáctica, sin perder la articulación con el contexto; es decir, tiene que tener una orientación teórica-práctica, de interés por las cosas, por la cultura, por lo que pasa en el mundo, para introducirlo en el contexto de las aulas.
En resumen, se debe buscar que la formación continua de los maestros potencie la comunicación y colegialidad entre ellos, para fortalecer su capacidad de innovación y autonomía.
La ausencia de estudios que den cuenta de un seguimiento y evaluación de los procesos y estrategias de formación continua para docentes de educación básica e implementados para mejorar la enseñanza y aprendizaje, no ha permitido, en su momento, reorientar las políticas educativas para contribuir a un mejor desarrollo profesional docente.
Reconocemos que la actualización, capacitación y el acompañamiento pedagógico se han constituido en los dispositivos esenciales de las últimas reformas educativas en México, y han tenido como intención primordial mejorar la práctica pedagógica del docente, sin embargo, las evaluaciones recientes, tanto de aprendizaje como de desempeño docente, muestran a partir de los resultados obtenidos, las debilidades y vacíos que los caracterizan. Una de las cuestiones más relevantes es que estos dispositivos no se corresponden con las necesidades formativas de los maestros en sus diferentes contextos, funciones y prácticas.
En relación a la formación, Ferry (1997), nos dice que es un proceso de desarrollo individual tendiente a “adquirir o perfeccionar capacidades de sentir, de actuar de imaginar, de comprender, de aprender, de utilizar el cuerpo”. Con ello se entiende entonces que la formación es inherente al proceso de desarrollo del ser humano.
Por su parte, Carrizales (1987) sostiene que la formación se presenta dividida en ámbitos de formación personal y en ámbitos de formación profesional, y que la formación docente es producto de esos dos ámbitos; en ella además participan los diversos programas que se organizan con la intención de formar profesores, en los que influye la misma cotidianeidad institucional en que está inmersa, los ámbitos(familiar, sindical, medios de comunicación), además del pasado como fijación y el provenir como modelo.
Para Martínez Zendejas (1988), la formación de los docentes es un proceso permanente que abarca desde la preparación en las escuelas primarias y se consolida, paulatinamente, a través de las acciones de superación y actualización. Se entiende por actualización el proceso de perfeccionamiento que responde a las necesidades actuales del hecho educativo, mediante el cual el personal en servicio se informa y orienta sobre innovaciones educativas.
Finalmente. recuperando a Perrenoud, P. (1996) se considera que un modelo educativo orientado profesionalmente está basado en la confianza en las capacidades y voluntades del educador, y en su capacidad para continuar aprendiendo y perfeccionándose como educador, confiere al educador un papel central en la posibilidad del cambio en educación; valora y estimula en los educadores su capacidad para tomar iniciativas, innovar y experimentar; estimula y facilita su proceso de aprendizaje y autoaprendizaje para avanzar en su profesionalización.
Alfonso Torres Hernández