Hace unos días la BBC de Londres publicó un artículo por demás interesante titulado: “Cinco de las preguntas más apasionantes que la ciencia aún no ha podido responder”. He aquí la lista: ¿De qué está hecho el universo? ¿Cómo surgió la vida? ¿Qué nos hace humanos? ¿Qué es la consciencia?, y finalmente, ¿por qué soñamos?
Cuando la ciencia no ofrece respuestas, hay dos caminos a escoger: El de la especulación, o el de la revelación divina. Por ejemplo, ante la interrogante del surgimiento de la vida, la especulación ofrece teorías como la del “Big Bang”. Hace 13 mil 800 millones de años el universo, concentrado en un punto explotó y empezó a expandirse. Luego, cuando la tierra era joven”, -hace entre 4 mil 500 y 3 mil 400 millones años-, los océanos estaban llenos de sustancias químicas que, con la mezcla de los gases de la atmósfera y la energía de los rayos, produjeron un “caldo” del cuál eventualmente surgió la vida. Considera esto: En nuestro planeta hay al menos 8 millones 700 mil especies de plantas y animales, ¿puede la casualidad producir tanta diversidad, complejidad y belleza?
La revelación divina por su parte dice de forma clara y sencilla: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, Génesis 1.1. Nosotros podemos “moldear” o “formar” cosas con materiales ya existentes, pero Dios de la nada creó el universo y todo lo que contiene. La cúspide de la creación se narra en Génesis 1.26: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”.
Este último versículo responde preguntas sin especular: El ser humano es creación divina, por lo que en Dios mismo está nuestro origen e identidad. Sin Dios la vida humana carece de sentido y propósito, y no tiene más valía que la de una roca. Si querremos que nuestra vida funcione conforme al propósito divino, debemos acudir a él.
Dios nos ama a pesar de conocernos a la perfección, por eso envió a su único hijo, Jesucristo a pagar en la cruz el precio de nuestro pecado para reconciliarnos con él. Tú y yo somos pecadores y lo sabemos en nuestro interior.
Cualquiera que sea tu situación, ven a Jesús y pídele que te perdone, salve y venga a morar a tu corazón. Solo él puede llenar tu vacío. Jesús es la fuente de la que tu alma anhela saciarse. Cree en él.