En medio de todas las noticias desalentadoras que a diario surgen en nuestro planeta, el que se celebrara el sorteo para el mundial de futbol este año, en Qatar, significó una especie de distracción o respiro para millones.
Cuando los once en la cancha ganen o pierdan un partido, los cronistas deportivos narrarán con su peculiar estilo el triunfo o derrota de toda una nación; y es que, sin duda el impacto de un resultado tiene sus repercusiones en el colectivo nacional. Por eso como mexicanos decimos cosas como: “Argentina nos ha despachado en otros mundiales”, “Polonia ya nos ganó en el 78”, “tenemos que ganarle a Arabia Saudí”, “ojalá lleguemos al quinto partido”, etcétera.
Pues bien, en el plano espiritual hay una derrota histórica que marcó no solo a una nación, sino a la humanidad entera. Permíteme tratar de explicarlo. En el huerto del Edén nuestros representantes fueron también nuestros primeros ancestros, Adán y Eva. Ellos pecaron contra Dios al violar el mandamiento que les fue dado, y las consecuencias negativas de esa decisión prevalecen hasta nuestra época.
El apóstol Pablo lo explica de una manera muy sencilla: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”, Romanos 5.12.
No sé tú; pero yo no podría jamás jugar futbol mejor que uno de los once mexicanos que nos representarán en Qatar, y ciertamente no hubiera desempeñado un mejor papel que el que hizo Adán. Todos los días me doy cuenta de que soy un pecador; y también todos los días soy consciente de mi profunda necesidad de la misericordia y gracia de Dios.
La buena noticia, nos dice Pablo, es que “por la obediencia de uno, -Jesucristo-, los muchos serán constituidos justos”, Romanos 5.19. Esto quiere decir que Cristo tomó nuestro pecado sobre sí mismo, y en la cruz pagó el precio de nuestro perdón y salvación. De esta manera, como Adán sucumbió en derrota afectándonos a todos, Jesucristo se alzó en victoria para rescatar a cualquiera que ponga su fe en Él.
Dios nos ama y nos ha provisto de su amado hijo Jesucristo; santo, justo, perfecto y sin mancha para rescatarnos. Decide creer en Él. Pídele que te perdone, y entrégale tu vida. Deja que su victoria borre tu derrota.
Alejandro Maldonado