Los pequeños niños de la familia LeBarón, que perdieron a su madre en un ataque con violencia sin precedentes, nos recuerda la condición vulnerable de los niños y su destino incierto.
Seguramente, amigo lector, como muchos niños que vieron morir a sus padres, irán a vivir con un familiar, y terminarán diciéndole mamá a una tía o abuela…
Las consecuencias personales y sociales de la violencia que se vive en todo México son terribles, y si nos parece escalofriante el dolor de una madre o un padre que no saben dónde está su hijo o hija, no tiene nada que ver con el daño que le ocasionan a los niños y adolescentes la muerte violenta de sus padres.
Los huérfanos de la violencia son las víctimas secundarias que nadie ve: ni se cuentan ni importan, no se les conoce.
En sí misma la condición de huérfano pone en un predicamento psicológico al infante o adolescente, no es fácil digerir ese destino; sin duda les marca la vida.
Según el informe de Unicef, en México hay 1.6 millones de menores de edad huérfanos a causa del fallecimiento de sus padres, por la migración o el abatimiento por el crimen organizado.
Esto nos dice que el problema de la orfandad es muy grande, pero la más complicada es el que ocasiona la violencia, porque existen afectaciones severas en la salud mental de esos menores.
Según cifras de la Comisión de Atención a Grupos Vulnerables de la Cámara de Diputados, entre octubre de 2006 y diciembre de 2010, al menos 40 mil niños quedaron huérfanos. En los últimos 10 años, la estimación nacional señala que 23 mil niños quedaron en orfandad.
En Nuevo León, las cifras oficiales reportan del 2010 a la fecha, un total de mil 66 mujeres asesinadas más 512 que están desaparecidas, con lo que podemos estimar que hay cerca de 2 mil 345 huérfanos en el estado.
¿Dónde están, cuántos son en realidad, cómo se llaman?
No hay datos claros, no existe un censo, no se les conoce, pareciera que a nadie le importan.
Y el problema que hay, estimado lector, no es que me ponga sentimental con el asunto de los huérfanos (que sí me importa y afecta), pero en realidad poco se ha dicho de lo que significa para nuestra sociedad que tantos menores pierdan violentamente a sus padres.
A decir de los expertos en el tema, la afectación en el menor es tan severa que puede crecer siendo una persona violenta y agresiva.
Según el coordinador del departamento de atención a urgencias psicológicas de la Facultad de Psicología de la UANL, Guillermo Rocha González, los huérfanos de la violencia pueden crecer con un problema severo de agresión.
“Hay situaciones traumáticas por delincuencia o violencia donde un evento comenzó, hubo un impacto y no terminó. Alguien se fue o no ha regresado y se sigue manteniendo una agresión a lo largo del tiempo, y como no termina y no permite que la persona se recupere, lo que hace la víctima es adaptarse a esa dinámica, y se adapta desconectándose de las emociones: prefieren no sentir que seguir viviendo un problema. Se adapta asumiendo que su situación no va a cambiar, entonces normaliza una dinámica violenta”, explica.
“Esto genera una dinámica social adaptada a la violencia, donde la mayoría de la gente está a la defensiva o está esperando que no le hagan daño, o prefieren ser los que hacen daño antes de ser la víctima”, agrega.
El problema está claro, tenemos muchísimos huérfanos de la violencia, muchos vieron morir a sus padres y otros nada más no los vieron regresar, pero en todo caso la afectación los puede convertir en personas violentas que se agreda a sí mismas o que agredan a otros.
Lo que urge es encontrar a todos estos menores y adolescentes y proporcionarles una ayuda terapéutica para que puedan superar su evento traumático, porque de no hacerlo estamos destinados a tener una generación llena de coraje y resentimiento, una bomba de tiempo social, un grupo de ciudadanos cargados de violencia y con toda razón, porque a nadie les importó que les robaran su niñez, ningún gobierno se acordó de ellos y ninguna institución los buscó… o usted, ¿qué opina?