Empezaron a limpiar. Recogieron vidrios rotos y pedazos de cemento y ladrillo mientras los especialistas trataban de hallar una explicación a lo sucedido horas antes.
Levantaron los 12 cuerpos y los pusieron nuevamente en las planchas, sobre ellos colocaron sábanas para que las personas de limpieza y los vidrieros que llegaron poco después del mediodía no los tuvieran a la vista.
Alrededor de las 3 de la tarde ya solo estaban los policías y los especialistas médicos, quienes no podían hallar una explicación lógica a lo sucedido, en especial a la irreal posibilidad de que esos cadáveres, algunos con más de seis días, hubiesen podido moverse a voluntad nuevamente. ¿Por qué?, ¿cómo?, ¿para qué?, ¿cómo se pudieron romper tantas leyes naturales?
Nadie en su sano juicio habría imaginado en sus más locas fantasías que un cuerpo cuya vida había abandonado su contenedor de huesos y carne horas y días antes se levantara nuevamente o tuviera absoluta libertad para andar otra vez, aún sin que hubiese tenido control total sobre los músculos involucrados en cada movimiento y; sin embargo, eso había sucedido durante la madrugada.
A decir verdad, había algo diferente en ellos, los médicos lo notaron en cuanto empezaron a moverlos para regresarlos al lugar en el que originalmente estaban el día anterior. El peso había cambiado, incluso el color de la piel empezaba a oscurecerse y en el ambiente empezaba a reconocerse el hedor característico del proceso de descomposición.
Es cierto. Algunos habían sido impactados por las balas y de los orificios hechos en las carnes muertas los especialistas extrajeron los proyectiles. Esa fue otra sorpresa: los cadáveres habían empezado a descomponerse a un ritmo acelerado y las entrañas de cada uno, incluyendo también los que no habían recibido impactos, estaban convirtiéndose en un líquido hediondo, espeso y negruzco.
Pese a la experiencia acumulada entre la gente del Servicio Médico Forense responsable de investigar por qué se encontraban en tan buen estado, primero, y todo lo sucedido con esos muertos, después, al menos dos de ellos no pudieron evitar sentir asco y apenas lograron controlar las inevitables arcadas, en especial porque el olor era una mezcla nauseabunda que involucraba huevo podrido, cualquier tipo de desechos corporales que tenga el lector a bien imaginar y hasta algo cuya descripción más adecuada sería un chiquero o pocilga de uso corriente y con años sin limpieza.
Con todo y la repulsión que el proceso de limpieza y preparación de los cuerpos representaba, empezaron a sacar el citado material con todo cuidado para no tocarlo. Lo colocaron en contenedores que luego fueron sellados y apenas almacenaron algunas muestras en tubos de ensayo, dos por cada cuerpo, para su posterior análisis y averiguar qué carajos era eso.
“¿Y qué hacemos con los contenedores?”, preguntó uno de los asistentes mientras se disponía a tomar dos de ellos para colocarlos junto a los otros en la parte trasera del camión.
- Sugiero, dijo el doctor Martínez, responsable del improvisado laboratorio, hablar con la gente del exterior para que ellos también la estudien, a ver si logran hallar algo, luego que nos envíen sus resultados y poder contrastar con lo que nosotros descubramos aquí.
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Fernando y Miguel Ángel localizaron a uno de los testigos del ataque a la pareja en el parque. El joven aceptó hablar con ellos a cambio de una cajetilla de cigarros, un seis de cervezas frías y, lo más importante, absoluto anonimato. Él y su grupo de amigos no son lo que se dice un ejemplo de ciudadanía y no quieren ser relacionados con el montón de ilícitos cometidos en las noches del parque semanas antes de las desapariciones y los ataques; es cierto, reconoce, hemos asaltado a dos o tres compitas, pero de ahí a lastimar a alguien, no, eso no…