Cultura

Cuando la bestia aúlla de noche

  • Pa'no molestar
  • Cuando la bestia aúlla de noche
  • Alejandro Evaristo

Ayer recogí pedazos de sol. Estaban por todas partes, algunos incluso más sucios de lo imaginado originalmente. La mayoría eran cristales de luz con tremendas grietas atravesando la primera, la segunda y la tercera capa de fuerza, así que la intensidad y el calor habían sido dañados completamente.

Algunos encajaron perfecto en los sitios de los que se habían desprendido, pero las noches y las lunas sobre ellos hicieron lo suyo y gastaron los contornos, las sensaciones, los avistamientos y las sombras.

Como sea traté de unificarles nuevamente en la figura original. Un círculo imperfecto empezó a tomar forma después de varios intentos y al final, como siempre, hubo pedazos de nube imposibles de arrancar y quedaron ahí, justo en el centro de una enorme elipse parecida a todo lo demás, excepto a un sol.

Sobraron algunos rayos y no sé qué hacer con ellos. No son muchos, pero sería una buena idea regarlos por ahí para ser encontrados por quienes sí los necesiten. Quizá los coloque en un sitio a salvo de la lluvia… bajo los sillones en casa o en el traspatio, tras las macetas y sus imposibles flores…

***

Está noche son las llenas lunas de las otras que no están. La iluminación artificial ha desaparecido al fin y desde la ventana abierta son visibles algunas estrellas.

He aprendido que la más brillante es la polar y la rojiza es Marte. Poco más abajo está Venus y un montón de constelaciones alrededor con nombres griegos y romanos descubiertas hace siglos desde otras ventanas y por otros curiosos.

En algún lugar leí hace tiempo sobre todas las oportunidades brindadas por esos cuerpos en la vida de nuestra especie y también la justificación a la falta de certeza en torno a los designios y las palabras apenas perceptibles por unos cuantos “elegidos”: el problema, dicen, es por “no saber aceptar y manifestar tus deseos”.

También pude ver el cometa de los 75 años y no supe formular un deseo. ¿Para qué? Es solo un viajero interestelar perdido en un enorme vecindario cuyo regreso es siempre al mismo sitio porque no ha logrado hallar un camino diferente al recorrido desde hace quién sabe cuánto. Es innegable la belleza de su vestimenta, de acuerdo, pero de ahí a la posibilidad de obtener algo a partir de una profusa necesidad o convicción sobre sus mágicas dotes…

Lo cierto es, sin duda, la increíble cantidad de sorpresas por hallar en tal vastedad.

Allá arriba y acá dentro hay un montón de redes y conexiones y pequeñas luces brillan y giran en gerundio para evidenciarlo: ni todos los caminos han sido recorridos ni todas las noches son de luna llena desde mi perspectiva. Otros quizá sí la observen ahora al asomarse a la vida, aunque no correrían con la misma suerte al ver el interior. Este interior.

Acá no hay cometas, ni estrellas fugaces, ni planetas lejanos ni otros cuerpos… solo vacío.

***

La bestia se ha acercado a la corriente y dirige sus orejas hacia uno y otro sitio para descubrir sonidos extraños al lugar donde se encuentra.

Antes de sumergir el hocico inspecciona con sus ojos de animal los recovecos y por momentos fija la visión en el espejo acuoso cuya perfección le permite admirar luces con toda clase de intensidades. En especial una llama su atención y justo sumerge la lengua a la mitad del amarillento reflejo en el agua que se enturbia, se deshace por un momento para después volver a formarse desde las profundidades porque, dicen los poetas, la luna es eterna.

El enorme espécimen no puede reprimirse.

Escala un pequeño monte para llegar al mayor y más alto de los salientes y desde ahí ofrece el pecho y sobre sus cuatro patas se prepara para cantar amor a esa luz de allá arriba, la de las noches frías, la de las tonalidades rojas en temporada de eclipses y la del conejo blanco y a salvo de las fauces nocturnas, las que en este momento solo emiten sonidos para alcanzarle.

Es un grandioso ejemplar, sin lugar a duda. Lo evidencian el pelaje, la musculatura, los ojos brillantes y ocultos mientras aúlla de noche al dolor, al perdón… al olvido…

Alejandro Evaristo
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