A un año de la tragedia en la estación migratoria de Ciudad Juárez, donde 40 migrantes murieron quemados y 27 tuvieron lesiones, son más los pendientes que los avances para resarcir el daño a las víctimas sobrevivientes o a las familias de los fallecidos.
La autoridad responsable (el Instituto Nacional de Migración) se ha dedicado a lavarse las manos y solo promover acciones para que supuestamente no vuelva a ocurrir la infamia cometida la noche del 27 de marzo de 2023, cuando agentes del instituto y guardias privados “no encontraron la llave” de la reja del pabellón donde tenían encerrados a los hombres.
A un año, es importante que los verdaderos culpables paguen por los crímenes e injusticias que desde entonces se han cometido. Hay personas detenidas que no tuvieron injerencia alguna en el incendio o detención de los migrantes, mientras que aún hay presuntos responsables que ni siquiera han sido interrogados.
Los sobrevivientes y las familias de los fallecidos no han tenido la reparación del daño que merecen. Se han convertido en víctimas de la propia Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, que ha sido omisa e inhumana. Les da largas en lugar de garantizar que quienes sufrieron directa o indirectamente reciban lo que les corresponde: reparación económica, tratamiento médico y psicológico de por vida, entre otras garantías.
Nada se ha dicho de las 15 mujeres que también estaban en esa estación migratoria, que afortunadamente salieron ilesas en lo físico, pero no se les ha dado seguimiento al daño psicológico. Algunas, por ejemplo, eran familiares de los fallecidos. ¿Quién se ha preocupado por ellas?
Para que hechos así no vuelvan a ocurrir no solo se deben mejorar las instalaciones de detención migratoria, como está haciendo el INM y supervisando la “destacada” CNDH, sino los procesos para acceder a la justicia. El Estado mexicano tenía bajo su custodia a las víctimas, no hizo lo que le correspondía para resguardarlas y ahora no hace lo que le corresponde para resarcir el daño a cabalidad.
En un año, los estragos son incuantificables. A la mayoría de los sobrevivientes se le agotó la paciencia, muchos lograron irse a Estados Unidos con apoyo de organizaciones civiles, otros volvieron decepcionados a sus países de origen. En las casas de los fallecidos tampoco están satisfechos con lo que les dieron u ofrecieron. Y como es época electoral, temo que seguirán sin tener justicia, pues ni los migrantes ni sus familias votan.