No hay mayor trampa (o ilusión mental) que creer que, al lograr una meta, tu vida va a cambiar. A menudo nos dejamos llevar por la creencia de que el éxito o el cumplimiento de nuestros objetivos es la llave mágica hacia la felicidad y la plenitud. Pero, ¿es realmente así? ¿O estamos cayendo en un engaño que nos distrae de valorar lo que realmente importa?
Hoy, primero de enero, despertamos con la energía y el optimismo que trae consigo un nuevo año. La noche anterior, al ritmo de las campanadas y mientras compartíamos las tradicionales uvas, muchos aprovechamos para enunciar nuestras metas para el 2024. Estas aspiraciones suelen abarcar desde nuestra salud —comer mejor, ejercitarnos más, dormir lo suficiente, dejar el alcohol o cigarro— hasta objetivos relacionados con nuestra apariencia, como aumentar la masa muscular. También están las metas económicas, que incluyen incrementar ahorros, invertir, avanzar en nuestras carreras o adquirir bienes. Todas son significativas y reflejan nuestras esperanzas para el futuro. Pero una vez que las alcanzamos, ¿qué sigue? Aquí es donde comparto contigo un consejo: no caigas en la trampa de pensar que alcanzando tu meta, tu vida se transformará de manera radical. La verdadera metamorfosis ocurre en el trayecto que recorres para lograrla. Te explicaré más sobre esto con algunos ejemplos.
Consideremos el objetivo de mejorar la salud, como por ejemplo aumentar la masa muscular, reducir los niveles de glucosa o incluso lograr que tu médico reduzca tu medicación. Para alcanzar estas metas, se requiere un compromiso genuino y constante de tu parte: como dejar de ver televisión hasta tarde para asegurarte un sueño reparador. Significa, también, comprometerte a ejercitarte con regularidad y tomar decisiones alimenticias basadas en el valor nutricional en lugar del placer inmediato de alimentos. Involucra, además, la capacidad de rechazar el alcohol y adoptar una rutina de vida saludable alineada con tus objetivos.
Este es el cambio radical y auténtico en tu vida: una transformación que se construye día a día. Es un proceso que merece tu reconocimiento y celebración cada noche por los logros alcanzados y, en los días menos exitosos, una oportunidad para reflexionar y planificar mejoras.
Esta misma lógica se aplica a todas tus metas. Por ejemplo, en el ámbito financiero, alcanzar una cifra específica en tus finanzas no es lo que te transforma. El verdadero cambio radica en aprender a tomar decisiones más acertadas, resistir a las compras impulsivas, valorar cada ingreso y educarte en el mundo de las inversiones. Sin esta evolución personal, incluso si alcanzas tu meta económica, es probable que el éxito sea fugaz, desvaneciéndose rápidamente si no sabes cómo administrarlo adecuadamente.
Aquí surge un dilema interesante: para cada objetivo, existe un camino rápido y uno más arduo. La elección de cuál tomar es tuya, pero recuerda que el aprendizaje que acompaña al esfuerzo no puede ser ignorado. Y es precisamente este esfuerzo, esta inversión de tiempo y energía, lo que hace que el logro sea mucho más valioso. Te animo a que, en cualquier meta que te propongas, sepas apreciar y celebrar cada momento del viaje, no solo el destino final. Es importante que te felicites por cada paso dado hacia tu objetivo de vivir más y mejor, porque no es el mero logro de tus metas lo que te transforma, sino el proceso de evolución personal que experimentas para alcanzarlas.