En el agitado terreno político, las palabras son más que simplemente instrumentos de comunicación. Son potentes detonantes que pueden desencadenar debates incendiarios, generar adhesión o rechazo, y en algunos casos, transformar destinos electorales. Desde siempre, los políticos han recurrido a declaraciones polémicas para señalar su territorio, expresar su visión, atraer la atención o revelando un desliz que expone su verdadera postura.
Recordemos a Donald Trump, quien afirmó que podría “disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería ningún votante”. Esta afirmación provocadora y altamente controversial muestra cómo algunas figuras políticas pueden emplear declaraciones impactantes y aun así ganar las votaciones. Una situación similar es la del ex presidente de Brasil Jair Bolsonaro, quien en 2003 le dijo a una diputada que lo acusaba de incentivar las violaciones, que “no merecería ser violada”. Más tarde, el entonces aspirante presidencial Bolsonaro explicó al diario ‘Zero Hora’: “No merecería ser violada porque es muy mala, muy fea”. También hay quienes se delatan a sí mismos, como el ex alcalde de San Blas, Hilario Ramírez Villanueva, mejor conocido como “Layín”, quien dijo “sí robé, pero poquito” durante un evento para promover su reelección. Por su parte, Jaime Rodríguez, “El Bronco”, ex gobernador de Nuevo León y ex candidato presidencial, propuso “mocharle la mano al que robe”.
Todas estas expresiones fueron realizadas en plena carrera electoral y, a pesar de la polémica que las rodea, o tal vez apoyados en parte gracias a estas declaraciones impactantes, ganaron las elecciones, con excepción de la última, lo que tranquilizó las manos de los rateros.
Algunos políticos, al hablar de sí mismos, no escatiman en elogios. Un caso destacado es Xóchitl Gálvez, quien durante su participación en el Foro del Frente Amplio por México, se autoproclamó “inteligente, valiente y decidida”. En otro contexto, el presidente ruso Vladimir Putin, en su intento por elogiarse a sí mismo, solo demostró ignorancia e insensibilidad al comentar: “yo no soy mujer, así que no tengo días malos”.
Igualmente, encontramos voces políticas que critican su propia profesión. Como destacó con su característico ingenio Ronald Reagan, el expresidente de EE. UU.: “la política es la segunda profesión más baja y me he dado cuenta de que guarda una estrecha similitud con la primera”. A su vez, el excanciller de la Alemania Occidental, Konrad Adenauer, dijo que “en política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”. En consonancia, el exsenador romano Lucio Anneo Séneca afirmó que “el primer arte que deben aprender los que aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio”.
Este fin de semana, Javier Milei emergió como el candidato derechista más votado en las elecciones primarias de Argentina a pesar de sus posturas extremas y frases polémicas que lo caracterizan. Entre estas se destaca su enérgica afirmación relacionada con las drogas y el suicidio: “hacé lo que quieras, si querés, mátate”.
Estas primarias argentinas nos anticipan las próximas declaraciones polémicas que surgirán de los candidatos mexicanos en las elecciones presidenciales que se avecinan, que sin duda capturarán la atención del público y plantearán nuevas interrogantes sobre cómo las palabras incendiarias pueden influir en la opinión pública. Aunque algunas frases han servido como trampolines para unos y escalones para otros, es esencial entender que las palabras, aunque impactantes, no siempre definen la totalidad de una política.
En última instancia, las frases y declaraciones resaltan cómo los políticos utilizan las palabras para dar forma a su imagen, persuadir al público y consolidar su posición en el sistema de gobierno que hemos instaurado. Como bien concluyó Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”.