Exactamente en dos meses sabremos quién ganó la elección presidencial en Estados Unidos.
Es arriesgado pronosticar quién será el ganador el 3 de noviembre, si el presidente republicano Donald Trump o el ex vicepresidente demócrata Joe Biden.
Actualmente existe una relativa ventaja de Biden sobre Trump de entre 6.9 y 8.1 por ciento. Pero hace cuatro años, a dos meses de la contienda entre Hillary Clinton y Trump, todas las encuestas también favorecían a la demócrata y perdió.
La encuesta del pasado 31 de agosto de Morning Consult arroja 51 por ciento de las preferencias a Biden y 43 al inquilino de la Casa Blanca. Es una ventaja nada despreciable de ocho puntos, pero sabemos que los sondeos no miden el llamado “voto tímido” o “voto escondido” de los ciudadanos que prefieren no contestar encuestas, pero que sí saben que van a votar por Trump.
La otra incertidumbre proviene de los estados competitivos que por el mayor peso que tienen del voto electoral son decisivos para ganar la elección, pues en el peculiar sistema electoral estadunidense, los ciudadanos no votan directamente sino a través del distinto número de votos electorales de cada estado.
Arizona, Michigan, Pensilvania, Florida, Carolina del Norte y Wisconsin, principales estados competitivos, también están a favor de Biden sobre Trump, con promedio de 48.0 por ciento por encima de 45.3 por ciento, es decir, solo tres puntos de diferencia.
La estrategia de ambos candidatos tiene objetivos diferentes para atraer el voto de los independientes y de moderados que podrían decidir el resultado en los estados competitivos.
La estrategia republicana busca ampliar su base del 30 por ciento, por medio de las siguientes acciones:
Desviar la atención de la actual crisis económica y de desempleo a causa del coronavirus, que Trump insiste en llamarlo “virus chino”, y enfatizar el éxito de la economía antes de la pandemia.
Proyectar la imagen de Trump como el presidente de “la ley y el orden”, mientras que a Biden lo quieren identificar con la violencia y el vandalismo en ciudades gobernadas por demócratas, para infundir temor.
Lanzar la jerigonza de que, si ganan los demócratas, Estados Unidos se convertiría en un país socialista, tendencia con la cual se identificó el ex candidato Bernie Sanders.
Por su parte, la estrategia demócrata sigue los siguientes objetivos:
Criticar el mal manejo del gobierno de Trump de la pandemia, la crisis económica, el desempleo y la injusticia racial.
Difundir mensajes moderados para captar el voto de electores indecisos que se inclinan a la derecha, como son algunos de los mencionados “votantes tímidos”.
Contrastar la personalidad de Biden como un hombre decente, sencillo y honesto, con la de Trump como inmoral, mentiroso y corrupto.
Después de seguir las recientes convenciones demócrata y republicana se pudo observar que en ambos partidos el voto hispano no es considerado relevante, a pesar de que representa el 13 por ciento de los electores.
Según Pew Research Center, Biden tiene una ventaja sobre Trump del 8 por ciento de los votantes registrados de origen hispano.
Así que, hoy por hoy, la moneda está en el aire. Veremos qué sucede el 3 de noviembre.
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@AGutierrezCanet