Estambul. Como franciscano, parece un simple religioso, vestido con el tradicional hábito café, los huaraches y el cíngulo con los tres nudos, símbolos de pobreza, obediencia y castidad.
Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias ni por su baja estatura. En realidad, Rubén Tierrablanca González posee una alta preparación teológica, concilia la sencillez con la inteligencia, y vive animado por la fe en Jesucristo.
El papa Francisco lo nombró el pasado 16 de abril obispo de Estambul, con la encomienda de intensificar el diálogo ecuménico e interreligioso en Turquía, donde ha vivido 13 años como párroco.
En lo que va del año han muerto más de 500 personas, víctimas de atentados terroristas, y hay más de 3 millones de refugiados sirios e iraquíes. Hace unos días fue asesinado el embajador ruso en Ankara.
Después de oficiar la misa de las 6 de la tarde del sábado en la Catedral del Espíritu Santo, en Estambul, don Rubén aceptó conversar con este periodista sobre su vida y los retos a enfrentar.
“Sabemos bien que atravesamos tiempos difíciles, confusos y plenos de contradicciones”, manifestó.
La prudencia, abundó, es siempre una buena consejera, pero las incomprensiones jamás deben ser obstáculo para dar una respuesta generosa de nuestra parte basada en la misericordia del Padre hacia todos.
Fray Rubén sostiene el diálogo ecuménico con líderes ortodoxos griegos, armenios gregorianos, católicos griegos, católicos sirios, maronitas, caldeos, protestantes armenios y anglicanos. También mantiene conversaciones con rabinos y, sobre todo, con imanes.
El obispo afirmó que el fin del diálogo con el islam es aprender a convivir pacíficamente. La razón del diálogo es la paz con la justicia. No se trata de convertir, sino de respetar, precisó.
En un país de 78 millones de habitantes, 98 por ciento musulmanes, monseñor Tierrablanca es pastor de 15 mil 650 católicos (europeos, filipinos, africanos y 130 turcos) y superior de 42 sacerdotes, 44 religiosos y 36 monjas.
Indicó que el diálogo que él entabla con los musulmanes se rige por las siguientes etapas:
—Conocerse para respetarse.
—Reconocer diferencias y convergencias.
—Aprender lo positivo del otro recíprocamente.
—Formar una convivencia. Reconocer la acción del Espíritu Santo en el otro, la presencia de lo divino en el otro.
El sacerdote mexicano, además del español, habla italiano, inglés, francés y turco; conoce también el latín, griego, hebreo y copto, lenguas bíblicas y de trabajo científico.
Licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, el religioso bromeó por su nombramiento de obispo en Estambul: “me tocó bailar con la más fea”.
Su jurisdicción pastoral abarca las diócesis de Estambul, Ankara, Bursa y alrededores, antigua región de Asia Menor, cuna del cristianismo.
Le pregunté al vicario apostólico cómo es su vida como cristiano en un país musulmán.
Recibo, dijo el obispo, lo mejor: vivir el cristianismo en condiciones especiales es una prueba para quien así lo vive y realmente cree. Por eso es mucho lo que yo recibo: purifica la fe.
Don Rubén, de sangre otomí y española, nació el 24 de agosto de 1952 en Cortazar, Guanajuato. Su abuelo trabajó a fines del siglo XIX como peón en la hacienda de Corralejo, propiedad de españoles donde aprendió el “castilla” (español), que no es la misma propiedad que la del municipio de Pénjamo del mismo nombre.
Su padre, Julio Tierrablanca, también laboró en esa finca. Cuenta el obispo que cuando alguien era tan honesto como su padre, se decía que “lo amarraban con longaniza y no se la comía”.
Y no solo por ser honrado, sino por ser muy inteligente, su papá, que no fue a la universidad, los patrones españoles le confiaron la contabilidad de la hacienda, productora de trigo, ajo, cebolla, tomate y maíz.
Su madre, María González se dedicó a la costura allá en Cortazar y, al igual que su padre, eran personas muy piadosas, afiliadas a la orden de franciscanos seglares. En cambio, su tío, Álvaro González, tocaba el saxofón y la flauta en la orquesta de Dámaso Pérez Prado.
El niño Rubén Tierrablanca estudió en la primaria “Fray Pedro de Gante” con las hermanas franciscanas. Era tan bueno para la aritmética que memorizó la tabla del 13. Y el futuro obispo de la antigua Constantinopla se sabía las capitales hasta de los países africanos como Madagascar.
Don Rubén dijo sonriente que entró al seminario en Celaya porque tenía alberca, pues su sueño era aprender a nadar. Lo malo es que la piscina no tenía calefacción. De cualquier modo, la vocación religiosa no se enfrió y fue ordenado sacerdote en 1978.
Interrogado sobre cuáles con sus prioridades inmediatas como obispo, don Rubén me dijo:
—Garantizar la vida franciscana, vivir en comunidad, hacer proyectos comunes con sus compañeros sacerdotes.
—Apoyar a unas 90 familias de cristianos sirios e iraquíes de de Mosul, refugiados temporalmente en Turquía.
Don Rubén manifestó que admira al pueblo turco porque es muy amistoso, generoso y trabajador.
Así, desde Estambul, el obispo mexicano promueve el diálogo con los musulmanes por la paz.
Posdata
Feliz Navidad a los católicos en Turquía que viven la religión con especial intensidad, tierra de los primeros cristianos, bajo la mano protectora del obispo mexicano.
@AGutierrezCanet