Hay 1.4 millones de servidores públicos, pero solo mil 129 diplomáticos tienen el honor y la responsabilidad de representar a México, una carrera transexenal que puede durar 40 años.
Ingresar al Servicio Exterior Mexicano (SEM) es difícil. Jóvenes universitarios compiten por ocupar unas 30 plazas de agregado diplomático, el rango más bajo, en el concurso de ingreso anual, con la ilusión de ascender décadas más tarde por medio de antigüedad, exámenes y buenos informes, al rango más alto: embajador de México.
Es una larga carrera que requiere perseverancia, carácter, disciplina, lealtad y amor por México.
Pero no basta con tener licenciaturas, maestrías o doctorados, dominar inglés y otro idioma, poseer una amplia cultura, escribir y hablar correctamente, tener capacidad de análisis, buen trato y trabajar en equipo, sino gozar de buena reputación.
Mientras que los políticos son exentos de estos requisitos, los miembros permanentes del SEM deben cumplirlos para ingresar y ascender al rango de ministro, que hoy son 98, y culminar la carrera como embajador, nombramiento que solo puede conferir el presidente de la República, a sugerencia del secretario de Relaciones Exteriores y por recomendación del subsecretario.
Recientemente lamentamos el nombramiento de embajadores, cónsules y ministros en mi columna Zapatero a tus zapatos, porque varios no tienen el perfil adecuado, ni méritos políticos, ni prestigio, y al ocupar puestos de titulares de embajadas o consulados desplazan a los de carrera que creían que este gobierno de Morena iba a ser diferente al PRI y al PAN.
Al respecto, el autor de Sin Ataduras recibió varios comentarios de compañeros diplomáticos, cuya identidad se reserva para no exponerlos a represalias:
“Recientemente cumplí 25 años de servicio. Durante ese tiempo, he podido ver mejores y peores prácticas en la gestión de los servicios de carrera tanto en México como fuera del país. He atestiguado la serenidad de colegas de otros países con sistemas donde los méritos profesionales son recompensados a través de la antigüedad sin necesidad de enredarse en alianzas políticas o camarillas de poder. He conocido la inestabilidad de otros, donde un plumazo súbitamente destroza carreras y trayectorias personales o familias.
“También he conocido excelentes y malos embajadores (o cónsules generales) tanto políticos como de carrera. He lidiado con terribles políticos (as) convertidos en diplomáticos, pero, para ser sincero, también con terribles diplomáticos (as) de carrera. Algunos más humildes, centrados y otros más empoderados (as).
“Creo que es una carrera de claroscuros donde hay que controlar el ánimo, encauzarlo a espacios productivos y aprender a aceptarse a uno mismo, sobre todo al verse reflejado ante el espejo del prójimo”.
Y este diplomático termina dando las gracias al columnista por expresar un sentimiento de frustración que, al no tener voz pública, no puede expresar abiertamente, pero está decidido a seguir trabajando con el anhelo de que algún día promisorio, alcance el honor de ser embajador de México.
El Estado mexicano se fortalece con diplomáticos capaces, honestos e identificados con la transformación del país si alienta a los mejores jóvenes a ingresar al SEM.
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@AGutierrezCanet