Política

La (anti)diplomacia epistolar

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El fentanilo ha trastocado el arreglo entre los gobiernos de Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador en torno al narcotráfico. Mucha gente está muriendo en Estados Unidos por consumir esa droga, y la presión para exigir que México trueque abrazos en balazos crecerá conforme se acerquen las elecciones estadounidenses. La acción penal en fiscalías de Nueva York, Illinois y Washington contra los cuatro “Chapitos” y 24 miembros más del cártel de Sinaloa es el preludio de la ofensiva.

Mientras esto sucede, AMLO nos distrae con su carta al líder chino Xi Jinping. No creo que la haya pensado como cortina de humo, aunque de eso sirva: es su manera de menospreciar la política exterior. La menosprecia porque ignora los beneficios que aporta y los perjuicios que puede evitar. Más que una cosmovisión AMLO tiene una cosmogonía, y con base en ella concibe las relaciones internacionales como semillero de votos para las elecciones del 2024 y como horno de ladrillos para su mausoleo ante la historia. Si a esos dos fines se suma su aversión a viajar al extranjero, se entenderá su proclividad a cartearse (unilateralmente) con sus homólogos.

El problema es que no es mucha la raja electoral que puede sacar de la retórica antiimperialista. Bastante gente sabe que, en los hechos, la 4T hace lo que Estados Unidos y la corrección global le exigen. La única utilidad de esa “diplomacia epistolar”, pues, es redactar líneas para su biografía. Por eso ha enviado mensajes escritos -difundidos a priori o a posteriori- al rey de España, al Papa, a Trump, a Biden, a Xi. Esas epístolas son antidiplomáticas: cuando se quiere obtener algo de otro país, se negocia con paciencia y discreción. Es decir, publicitar los argumentos de una negociación es la mejor manera de reventarla, ciertamente, pero también de proyectarse como un anticolonialista en resistencia.

Si su propósito no es negociar, se dirá, no se le puede atribuir torpeza. Sí y no. Es torpe procurar un retrato de grandeza con brochazos de ridiculización. Y es que casi todas sus misivas han provocado en sus destinatarios reacciones negativas que lo han hecho verse muy mal. AMLO se burla de sus adversarios cuando caen en desfiguros y sentencia que en política lo único que no se puede hacer es el ridículo, pero no parece darse cuenta de que él suele hacerlo en política exterior. No puede calificarse de otra manera su ocurrente e improvisado “plan de paz” para Ucrania, que suscitó una sorna y desdén, y ahora sus ingenuas y disparatadas preguntas a China sobre la ruta del opioide, que merecieron el carpetazo de una funcionaria de cuarto nivel. Vamos, ni siquiera puede presumir de haberse ganado el reconocimiento postrero en la izquierda latinoamericana, pues no ha podido construir un liderazgo en la región, y solo le queda confiar en la permanencia del régimen castrista en Cuba.

AMLO no está obligado a ser experto en relaciones internacionales, pero sí lo está a consultar a quienes lo son. Al no hacerlo, por desinterés o por soberbia, prefigura un legado muy distinto al que quiere dejar. Huelga explicar que sus cartas no resolverán el diferendo del fentanilo y que, si acaso le ayudan en México a avanzar en la forja de la imagen histórica que desea, en el resto del mundo lo llevan por muy mal camino.

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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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