Cultura

Ulises y los muertos

Los muertos nos acechan desde la antigüedad.

Después de escapar de la terrible emboscada de los Lestrigones en Telépilo, Ulises llega a Eea, isla donde habita Circe, la hechicera. Parte de la tripulación llega a su casa y notan que alrededor rondan animales salvajes, específicamente lobos y leones, pero son dóciles, y esto les parece extraño. Entran y aquella mujer los acoge dándoles de beber una pócima encantada, y así los transforma en cerdos, luego los encierra en una pocilga. De pronto me viene a la mente la novela de H.G. Wells, La isla del doctor Moreau; ¿no será una versión de Circe, pero con el elemento científico añadido?

Ulises va donde Circe y la convence de liberar a sus hombres y ella revierte el encanto. Luego de permanecer un año con ella, ha llegado el momento de partir. Entonces la bruja le advierte que, antes de regresar a Ítaca, debe detenerse en el lugar donde viven Hades y Perséfone y allí habrá que invocar al espectro del sabio Tiresias, el cual le revelará un bosquejo certero de su futuro. Al llegar a aquel sitio hicieron lo que Circe les había indicado; cavaron una zanja y el héroe realizó una libación de leche, miel, vino y harina de cebada, luego sacrificaron dos carneros y vertieron su sangre en la zanja. Ulises sacó su espada –para contener el paso de los muertos– y entonces ocurrió: comenzaron a aparecer, uno tras otro, “pululando con extraños gritos que me hicieron palidecer de temor”. Ulises, con su espada desenvainada, no permite que los muertos pasen la zanja y ordena a sus hombres que desollen a las ovejas y eleven rezos a los dioses mientras él espera al espectro de Tiresias. Entonces llegó el tebano y así le dijo:

–Odiseo, de linaje real, hijo de Laertes, ¿por qué has dejado atrás la luz de la vida para rodearte de la lúgubre y triste oscuridad de este sitio? Retrocede, baja tu espada y deja que beba la sangre de tu sacrificio y poder de esta manera contarte las verdades a las que estás destinado a saber.

Así, el héroe hizo lo debido y el espectro de aquel sabio le reveló su futuro. Los muertos de antes no son muy distintos a los de ahora. Son, creo, los mismos. Se repiten, reciclan, actualizan. Se aferran a su propia muerte, a lo que son. A lo que saben no pueden cambiar. A lo que entienden deben permanecer por siempre.

Se supone saben cosas que nosotros ignoramos, pero de eso quién sabe. Tal vez la historia sea una gran colección de espectros y voces fantasmagóricas que nos hablan en cientos de tonos y modalidades, y así debemos sentarnos a intentar entenderlos, interpretarlos, hallarnos entre ellos, descifrarlos, descifrarnos.

No me queda claro si los muertos vuelven a nosotros o si somos nosotros los que los invocamos por necesidad, por necedad, por desesperación, por miedo, por melancolía, por aburrimiento, por curiosidad.

Los muertos. Vienen de tan lejos en el tiempo. Son tantos.

Se van acumulando en mamotretos de imaginación, terror y sabiduría. Nos persiguen a través de los siglos y nosotros escuchamos, atolondrados, sus pavorosos mensajes.

Todos los muertos, de todas las épocas, nos siguen, desde siempre, cautelosos, acechantes y curiosos, inciertos de a dónde nos dirigimos.

Lo cierto es que eso nadie lo sabe, ni vivos ni muertos. La importancia del gran viaje de Ulises tal vez haya sido, al final, el que se le hubiese permitido entrar a esa oscura realidad reservada solo para aquellos que jamás vuelven a ver la luz de la vida. Experiencia que siglos más tarde Dante tendría la irrepetible oportunidad de presenciar. Desde entonces ya no hemos vuelto ahí.

Adrián Herrera
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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