Cultura

Tres caminos

1 Este amigo ha hecho de su vida una queja constante. Si habla del trabajo, todo está mal: sus compañeros son insoportables, su jefa es una pendeja, nadie hace bien las cosas, el espacio de trabajo no es el adecuado y el café es de la peor calidad. No tiene el dinero que desea porque no sabe hacer dinero y sueña con tener cosas y visitar lugares que nunca va a poder pagar. Él y su mujer ven un programa en cable que trata sobre personas que compran hermosas casas de campo, ya sea para pasar sus vacaciones ahí o para retirarse. Él dice que los gobernantes tienen al país hecho una mierda y que si las cosas fueran distintas les iría mejor, y así tendrían dinero para hacer las cosas con las que siempre han soñado. Hoy se levantó quejándose de todo, pero para cuando regresó del trabajo algo había cambiado dentro de él: entendió que no iba a lograr absolutamente nada de lo que se había propuesto. Se lo dijo a su esposa: –No tengo carácter para lograrlo–, le dijo y ella asintió. Creo que ahora vive tranquilo, que no feliz. Por lo menos ya no se queja. Bueno, solo de vez en cuando, por aquello de no perder la costumbre.

2

–¡Inconforme! ¡Te la pasas quejándote de todo pero no haces nada!–, le gritó su mujer. La escuchó, pero sin ponerle atención. Así continuó leyendo el libro de superación. Ahí vienen cosas que él ha vivido; situaciones de frustración, rabietas, callejones sin salida y decepciones de todo tipo. Pero no hay que resignarse. Yo tengo una idea, un proyecto. Lo voy a sacar adelante, a ver cómo le hago. Y lo hizo. Pidió prestado, elaboró un plan de negocios, estableció una agenda de publicidad y promoción, y luego de varios meses de mucho esfuerzo y sacrificio, lo logró. Posicionó su producto en un mercado hostil y muy competido, y después de luchar contra toda suerte de adversidades comenzó a ganar dinero. Para llegar ahí tuvo que cambiar su actitud, luego influyó en la opinión de las personas vendiéndoles su producto y al final lo integró a sus vidas. Hizo un cambio en la vida cotidiana de las personas. Un cambio pequeño; sí, pero significativo. El haber influido en otros lo puso eufórico.

3

He aquí un resentido que ha tenido una vida llena de tribulaciones y desencantos. No se queja mucho, pero trae guardado un resentimiento que puede ser peligroso. Heredó el alcoholismo de su padre y lo ejercita de manera preocupante. Ya sabes; comienza a beber, los monstruos que trae guardados salen a bailar con él y pronto agarra a golpes a su mujer y a la niña. Rompe cosas, grita, le sale fuego de los ojos y al final se queda tirado en la sala, en el patio, en donde sea. Se levanta tarde, desayuna y se va al trabajo. Está frustrado. Se siente atado. No puede cambiar nada. No puede dejar de beber. No siente que quiera dejar de hacerlo. El alcohol lo hace entrar en una catársis de violencia, de autocomplacencia y de justificación por golpear, por ser un patán. Es su herencia, su carácter. Se ha sentado a reflexionar sobre su vida, su condición; tal vez sintió, en algún momento de su miserable vida, la necesidad, el deseo de cambiar, de lograr cosas con las cuales soñó cuando era joven. Lo intentó, sí, pero no concretó nada. No sabe por qué. Siente que alguien o algo se lo impidieron. Tiene esta idea de que le arrebataron un futuro que, en el fondo, no dependía de nadie más que de él, pero es incapaz de verlo.

Esa noche las cosas se pusieron más intensas de lo normal. Le cerraron el negocito incipiente que tenía. Llegó a casa con las emociones descojonadas. Se sentó a beber. Le subió a la consola a todo el volumen. Su mujer se dio cuenta de lo que iba a pasar e intentó salir de la casa llevándose a la niña. La detuvo. La sarandeó. La golpeó. La niña cayó al suelo. La música estaba a todo y no se escuchan los gritos de dolor y de auxilio. Le da con un cenicero grande y pesado y le abre la frente. Fractura de cráneo, masa encefálica. Se desangra, va hacia la mesa y da un trago generoso a la botella. La niña está llorando y se arrastra hacia su madre. Va hacia ella. La levanta, coloca sus manos alrededor del cuello y la asfixia. La mirada en su rostro parece salida de un filme de horror. La deja caer. Como que se da cuenta de lo que ha hecho. Sube a la recámara, saca un revólver y, obnubilado, se sienta en la cama, fija el cañón en el paladar y dispara.

Vivimos como idos, absortos en nuestras rutinas, buscando placer y distracción. Rara vez cuestionamos la manera en que vivimos y cómo somos. Me pregunto cómo son las personas que me rodean y no dejo de pensar en el que se resigna y acepta vivir de manera pasiva, soñando, fantaseando con escenarios imposibles. Pienso en el que se pone a trabajar y, logre o no lo que se propuso, por lo menos hizo el intento. Por último, me viene a la mente el más miserable de todos: el que no pudiendo hacer nada ni por sí mismo ni por otros y, envuelto en envidia y frustración, decide destruir todo cuanto le rodea, incluido él mismo. Y lo hace lentamente, sin que él y quienes dependen de él lo reconozcan, y así viven, autodestruyéndose.

¿Quién eres tú de esos tres? ¿Quién?

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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