Hay gente que nada más no entiende.
Un amigo alcanzó los 60.
–Mi sueño siempre ha sido tener un restaurantito. ¡Así como el tuyo!–, me dijo.
Recién se jubiló de una empresa, tiene un guardadito por ahí, su mujer lo dejó y sus hijos ya son independientes. –Es mi momento y pienso vivir mi sueño–, confesó.
Yo no sé qué mierda de literatura de autoayuda y superación leen estas personas, pero hay que observar dos cosas: no sirven para nada y no corresponden a la realidad. Especialmente ésta de la restaurantería.
Acordamos una cita. Llegó muy emocionado. Le serví una cerveza y lo dejé hablar. Dijo mamada y media, el tipo de cosas que ya he escuchado antes, muchas, muchas veces. Entonces llegó mi turno. –Te voy a explicar punto por punto esto de tener un restaurante y espero te sirva lo que te voy a decir:
1. Siempre conviene tener algo de experiencia antes de emprender un negocio así. Me imagino que nunca has ni tenido ni trabajado en un restaurante, ¿verdad? Claro, ya me lo suponía. Bueno, eso está bien cuando tienes, digamos, 25 años, no 60. En fin, eso ya no tiene remedio.
2. Cuando piensas en un local y ya tienes tiempo en esto desarrollas una especie de sentido geográfico que te dice si ese lugar va a funcionar o no. Yo rompí dos restaurantes y fue, principalmente, por no obedecer las reglas del sentido común mezcladas con la lógica de los bienes raíces. Esto quiere decir que, cegado por la emoción de tener tu propio negocio, lo más seguro es que no le prestes atención a este apartado y vas a cometer la misma pendejada que yo. Buena suerte.
3. Bien. Ya tienes el local. Hay que meterle dinero a la cocina, al comedor, ver que tenga gas natural, agua, electricidad, baños limpios, medidas de seguridad e higiene, áreas de bodega, estacionamiento (la pesadilla más grande de todas) y drenaje funcional.
4. Definir el menú. Si eres cocinero tienes gran parte del problema resuelto. Si no, debes contratar a un jefe de cocina que tenga un nivel creativo –y experiencia– tales que pueda crear una carta que ofrezca algo que esté por encima de lo que otros ofrecen. Porque ponerte a vender burgers, alitas o tacos genéricos, pues...
5. Proveedores. La calidad de lo que le metes afecta directamente el resultado final. Le metes mugrero y ¿qué obtienes? ¡Mugrero! No es magia, es cocina.
6. Personal. Sin duda, la parte más conflictiva. Estimo que vas a envejecer 10 años solo con este apartado.
7. Permisos. Otra pesadilla. Buena suerte ahí.
8. Administración. Vas a necesitar un equipo de contador y abogado: no es pregunta ni sugerencia. Además, alguien tiene que llevar el control diario del restaurante, o sea un gerente. Cómprale una computadora con su software correspondiente y capacítalo. Que te lleguen diario los reportes de todo.
9. Publicidad. ¿Crees que tu negocio nuevo que nadie conoce va a despegar como cohete a Júpiter el día de la inauguración? ¿Quién mierda crees que eres, McDonald’s? Al principio le tienes que meter mucho dinero en publicidad. Contrata a una agencia para tal efecto y aprovecha al máximo las redes sociales.
10. Espero que tengas paciencia y don de gentes porque el elemento más importante de un restaurante es... ¡la clientela! Y vas a tener que aprender a tratarlos, porque si no, se van a chingar a su madre a otro lado y, encima, van a hablar mal de ti y de tu negocio en redes. Y si un tuit o post de Facebook se vuelve viral por algo malo de tu restaurante, bueno pues ni cómo ayudarte.
11. Supervisión. Esa es la palabra clave. Eso quiere decir que tu sueño se acaba de transformar en pesadilla, porque el negocito soñado y maravilloso que abriste te exige estés al pendiente todos los días de la semana. Lo que oyes; hay un dicho en inglés que reza lo siguiente: “You get what you inspect, not what you expect” (obtienes lo que inspeccionas y supervisas, no lo que esperas obtener sin hacer nada). Así que retira de tu confundida cabecita esa idea romántica de que tú, como dueño, vas a disponer de mucho tiempo libre porque va a ocurrir todo lo contrario.
12. Te van a robar. Mucho o poquito, pero te van a chingar. Y ni te vas a dar cuenta por dónde.
13. Ahora voy a enlistar un resumen de las cositas hermosas que, como murciélagos ponzoñosos te van a estar revoloteando mes tras mes alrededor de la cabeza: sueldos, insumos, gas, agua, luz, renta, fumigación y sanitización, mantenimiento y reparaciones, cuotas contables y legales, broncas con vecinos e imprevistos. Es divertidísimo.
Creo haber estipulado lo suficiente. Bueno, no: ¿Ya hiciste cuentas de cuánto te gastaste hasta ahora? Ah, de seguro te terminaste tu estúpido e incipiente “guardadito” y ya pediste prestado.
¿Quieres terminar adicto a analgésicos y ansiolíticos? Mira, ya no tienes edad para esto.
Trabaja desde tu casa, desarrolla una plataforma digital donde puedas capitalizar lo que sepas hacer mejor y déjate de pendejadas. Creo que lo mejor es que empieces por mejorar tu calidad de vida y después ver por una actividad que no atente contra tu salud porque, de seguir así, el único sueño que vas a alcanzar a vivir es el sueño eterno.
Ah y deja de leer esos libros pendejos de superación, de liderazgo y de éxito en 10 pasos; sirven para nada y pura chingada.
Buena suerte, campeón.