Con cada reunión, ellos ponían nuestra música: Los Cadetes, Invasores de Nuevo León, Cardenales; y mire que los irlandeses tienen una gran afición por la música
Un amigo se fue a vivir a Irlanda. Lleva un poco más de 15 años allá. Viene de vez en cuando a Monterrey –él y su esposa son de aquí– y nos platican muchas cosas: la comida, la música, ¡la cerveza!, las leyes, los cuentos y mitos, la historia y los conflictos que todo país y toda sociedad tiene.
–Los primeros meses no fueron tan pesados porque se sentía más unas vacaciones que una migración, pero luego de un año comenzamos a sentirnos melancólicos; no es lo mismo estar conectado con tu gente vía digital, eso nunca va a sustituir la convivencia presencial: con el tiempo te vas alejando de ellos, te vas alienando.
Pero se fueron adaptando. Al principio tuvieron algunos problemas para entender los tonos del inglés que se habla en esos lugares, pero luego de un viaje de dos semanas a Escocia dejaron de quejarse: –A esos cabrones escoceses no se les entiende una chingada, ahí va uno a beber alcohol y a pasear, porque la comida es malísima y la gente no es muy amable–, dijo molesto. Y sobre la comida irlandesa dijo que no era mala: –Hacen unos pucheros buenísimos y tienen muy buen ganado–, recalcó. Y aquí precisamente es donde entramos los regios: ¡Carne asada! –Estuvimos un poco más de un año sin asador, pero un día tomamos la decisión de acondicionar el pequeño patio del departamento para armar una súper estación de carne asada norteña. Y así lo hicieron: compraron un muy buen asador/ahumador, mandaron traer un molcajete de México (–¡Costó 5 veces más el flete que el artefacto!–, dijo), tablas, cuchillos y juguetes varios, dieron con sitios donde se podían conseguir ingredientes mexicanos (si hay, pero muy limitados) e inauguraron el espacio invitando a sus amigos más cercanos. Como nuestro amigo más o menos le sabe a la cocina, elaboró empalmes, salsa molcajeteada, tacos fritos de chicharrón en salsa verde, quesadillas con hongos y cortes varios, entre los que destacaron la arrachera (–¡Sí hay arrachera en Irlanda!–, recalca), el flap steak, diezmillo y los clásicos rib eye y Nueva York. Los invitados quedaron patidifusos. Nuestro emigrado amigo cuidó que las salsas no fueran tan picosas y las combinaciones de sabores y aromas fueron un éxito. Tanto, que ahora algunos de esos amigos ya están haciendo carnes asadas norteñas en sus casas. Y eso no es todo. Con cada reunión, ellos ponían nuestra música: Cadetes de Linares, Invasores de Nuevo León, Cardenales, Ramón Ayala y así. Y mire que los irlandeses tienen una gran afición por la música y les encantó. Pues allá también tocan el acordeón. No como el nuestro –uno más pequeño–, pero también se usan los acordeones grandes y son esenciales para su música folclórica. Pues en una de estas reuniones, uno de los amigos músicos llevó su acordeón para amenizar. Grande fue la sorpresa de los regios cuando el irlandés se puso a tocar un chotis y una polka de la tradición musical de Nuevo León. Pues resulta que este acordeonista, músico de conservatorio, había estudiado nuestras músicas, pues siempre le parecieron interesantísimas. Ah, y además sabía tocar vallenato, cosa que tampoco los sorprendió, porque el vallenato ya es parte de la cultura urbana de Monterrey. Los regiomontanos, por su parte, han ido asimilando la cultura y costumbres irlandesas; saben bien de whisky y cerveza, comparten las historias populares con sus dos hijos y ella aprendió a bailar a la usanza de aquellos rumbos. De música nos hablan de The Chieftains, Clannad, Plantxy, The Dubliners, Altan y de Dannan, entre muchos otros. –Mira, esta gente sabe hacer música y le sabe al alcohol; solo les falta que su cocina esté a la altura de su música–, enfatiza.
Los regios en Dublín se han adaptado. No del todo, claro, pero han aceptado que su realidad está allá y que lo único que tienen ya de Monterrey son recuerdos, familiares y amigos. –Definitivamente no echamos de menos el calor y siento que hemos aprendido a vivir el día a día en este país, pero con cada carne asada que hacemos revivimos un pedacito de Nuevo León, de nuestras costumbres, nuestros recuerdos, nuestras cosas. Y si nuestros nietos ya nacen y crecen aquí, poco sabrán de Nuevo León, pero tenemos la seguridad de que se van a acordar de nosotros, y sabrán de dónde venimos–, dice aliviado.