Todos los años nos entregamos al ritual de los estériles propósitos y al de la adivinanza.
En el medio tenemos a una serie de brujos, chamanes, videntes y alucinados que, año tras año, lanzan una serie de advertencias y predicciones; salen publicadas en sus redes sociales y luego en pasquines y periodiquillos de farándula y tontería general. La gente lo lee y lo cree. Y esto porque quiere creerlo, no porque existan razones para creer ello –no las hay– y entonces tenemos un ciclo muy efectivo, inacabable e irrompible que funciona porque entretiene y genera expectativa y anticipación.
Esto viene desde la antigüedad y no se va a terminar nunca, porque está en nuestra naturaleza creer mamadas. No hay para dónde hacerse aquí.
¿Cuál es el mecanismo que utilizan estos aprendices de Nostradamus para estructurar sus predicciones? Generalidades, para aumentar la probabilidad de que ocurran, o que medio ocurran, es lo mismo. Trucos, pues. Y esta prestidigitación ocurre en casi todo; en medicina, en filosofía, en ciencia, vaya que no hay expresión humana que esté libre de este sistema de engaños y decepciones. Y como dije, lo hacemos porque nos divierte. Pero también nos aleja de las cosas serias y las que sí funcionan. Es como los horóscopos; hasta hoy no se ha demostrado ninguna relación entre la posición de los astros y el comportamiento humano. Ni los acuarianos están predispuestos a tales o cuales características ni la conjunción de estos y aquellos planetas van a modificar el curso normal de las cosas. Claro que si nos empeñamos en creérnoslo, bueno, pues ni cómo arreglar eso. Somos necios por naturaleza. Lo mismo va para la homeopatía, otro gran engaño (y uno muy redituable) que me lleva a pensar cómo médicos graduados deciden cambiar de una ciencia real y que ofrece resultados concretos y estadísticamente verificables por una seudociencia que está más que probado que no ofrece nada más que resultados medibles solo dentro del contexto de un placebo.
Todo este conjunto de charlatanerías y ensoñaciones vienen de muy atrás en el tiempo y muchas de ellas se han institucionalizado, lo cual las estabiliza y genera la percepción de que son reales. De cierta forma las valida, pues.
Luego está el tema de los propósitos. Hay, de hecho, libretas diseñadas para tal efecto. Grupos de personas se reúnen para intercambiar estas ideas, como si fueran terapias psicológicas y libros motivacionales que prometen acabar con la procrastinación y hacernos personas de éxito. Si las personas quieren creer que reiniciar un ciclo les va a traer algún tipo de renovación, pues adelante. Lo cierto es que no existe semejante proceso: uno trabaja día con día y así se va construyendo la realidad.
Yo no tengo propósitos; comienzo a hacer las cosas, sin tomar en cuenta si ya se acabó el año o ya empieza uno nuevo. Porque hay personas que cuando cumplen años se prometen a sí mismos cambiar y hacer algo que no habían hecho, y todo porque vieron un tonto video motivacional que les llamó la atención y los conmovió. Dejémonos de pendejadas: las cosas se planean y se hacen, punto. Las promesas son para gente que muy en el fondo sabe que no va a hacer nada, y esto porque o no le interesa o no puede.
Entre toda esa gran variedad de charlatanerías y presupuestos llevamos nuestras patéticas e ilusorias vidas. Así, nos levantamos todos los días y vemos en el espejo un rostro más envejecido y así nos decimos que vamos bien y que somos felices.
Pues no. Vivimos en una situación de creer mamadas y hacernos pendejos.
Todos los santos días, año tras año.
¡Feliz 2023!
Adrián Herrera