Cultura

Progreso

Vamos muy bien. Le voy a platicar unos casos concretos para que vea lo fácil que es salir adelante en nuestro bello país.

Tengo un restaurante y compro muchas cosas. He estado probando una serie de cafés y di con dos marcas que me gustaron mucho. En los empaques vienen el teléfono en uno y en otro, un correo. Al primero le marqué varias veces, en horarios distintos y durante toda la semana. Resultado: nada. Luego le mandé WhatsApp y ocurrió lo mismo. A la otra marca le envié varios correos, ¿y qué cree que pasó? Pues nada.

El segundo caso contempla ir a una tienda de eléctricos. Llevé un aparato. Se tardaron un buen rato en atenderme. Ya en mi turno, un joven pregunta qué se me ofrece.

–Tengo este aparato y necesito conectarlo a esto y a esto otro, pero no sé cómo.

El joven lo mira, lo voltea, le pasea los dedos por encima, hace muecas y cuando se lleva los dedos a la cabeza y se rasca, sé exactamente lo que va a decir: –Pues mire, no estoy muy seguro, pero creo que aquí va un cable y por acá otro.

–No tiene idea de cómo resolver esto, ¿cierto?

–No, la verdad no.

Entonces un cliente que estaba detrás se adelanta y dice: –Pues yo tengo un aparato parecido y creo que aquí debe ir este cable, y si no me equivoco, por acá sale otro de color azul, creo.

Lo increíble de esta escena son dos actitudes clásicas: primero, la de pretender, aunque sea por un momento, saber de lo que se está hablando, y segundo, ser metiche. Y más cuando tampoco sabes una chingada de lo que está ocurriendo.

Tercer caso: llevo meses contratando a plomeros, electricistas, carpinteros, un soldador, técnicos en computación y a un chofer. Todos, absolutamente todos fallaron en algo. Unos llegaron tarde (entre varias horas y varios días de retraso), otros de plano no llegaron. Algunos intentaron cobrar más de lo pactado, argumentando gastos fantasma. Hubo un caso donde el técnico se llevó una pieza para repararla y, de plano, se la robó. También está el tipo que inventó una historia digna de Las mil y una noches para justificar un trabajo muy mal hecho. Ah, y que además se negó a corregir. Como es costumbre, casi todos hacen el trabajo, cobran en efectivo, pero no facturan. Y se dio el caso de uno que quería que le pagara la comida y lo que saliera de refrescos y botanas. Cínicos.

Esto que tenemos aquí es un problema de actitud por un lado y de una pésima educación. Así se ha creado una cultura basada en hacer las cosas mal, tarde y caras. Y sin consecuencias, porque es muy raro el caso que involucra contratos. Sencillamente no les ganas. Bueno, a veces; hubo un trabajo que ordené con un soldador. Le expliqué acerca de cómo ya estaba harto de que la gente no cumpliera con su parte del trato. –Claro, las cosas se hacen bien y de acuerdo a lo pactado–, dijo el técnico.

–Justamente por eso vamos a hacer las cosas de esta manera: primero, no le voy a dar ningún adelanto. Si cuando llegue al taller a recoger el trabajo éste no está listo, le voy a cobrar la vuelta, y se lo descontamos del total, y si de plano el trabajo no está como se lo pedí, no le pago ni madre–, apunté.

–¡Perfecto!–, exclamó el sujeto. Pues no vea usted que llegué el día y a la hora pactadas y el trabajo ni estaba terminado ni estaba quedando bien. –Ay, mira nada más: esto no va a funcionar. El tipo estaba bebido y escuchando corridos. Comenzó a dar una serie de explicaciones fantásticas y luego pasó a pedir perdón y a lamentarse de que “la situación” estaba muy difícil. “Claro”, contesté, y me marché para no volver. En otro caso un técnico instaló una máquina en el restaurante y la dejó mal. Le reclamé, pero se negó a volver. Contraté a alguien más y prácticamente pagué dos veces la misma instalación.

No voy a seguir, no hay espacio suficiente. Es apabullante. Pero, pues, eso: he ahí lo de todos los días. Y luego preguntan que por qué no progresamos. ¿Sabe qué es lo peor? Que no hay solución. Nos vale madre.

Esa es nuestra esencia. Pero así tenemos que salir adelante.

Adrián Herrera
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