Cultura

Picapiedra

Leo las noticias en el celular. De pronto aparece una nota que capta mi atención: “El hombre que movió una montaña para acercar un hospital a su pueblo”.

Qué interesante. Vamos a leerlo. El artículo narra la historia de Dashrath, un trabajador que estuvo pacientemente picando la roca de una montaña con martillo y cincel durante 22 años para conectar su comunidad con un hospital en un pueblo aledaño.

Me deja pensando: ¿Por qué no acudió a las autoridades para presentar la problemática y buscar una solución más eficiente? De allí se desprende lo siguiente. Supongamos que lo hizo, que se tomó el tiempo de ir con los representantes o encargados gubernamentales y expuso la necesidad de llevar atención médica a su pueblo y que no hubo respuesta por parte de las autoridades (cosa que ni me sorprende ni es raro). Entonces, ¿por qué no buscó recursos por otros medios? A través de redes sociales, de algún organismo no gubernamental, la Cruz Roja, yo qué sé. Bien, demos por hecho que sí lo hizo, pero no logró nada. Ahora voy a revisar otra alternativa, una que me parece la más adecuada: ¿Por qué coño lo hizo solo? Digo, bien pudo haberle pedido ayuda a su propia gente, aquella que, en última instancia, se iba a beneficiar de aquella importante obra. Además, no se hubieran tardado 22 años. Concluyo lo siguiente: primero, que no viene al caso pegarle al faquir. Segundo, no puedo pensar otra cosa más que en la locura o la estupidez. Ah, sí, ya existe un término para ello: estulticia. Tercero: hubiera sido más práctico cambiarse a vivir al pueblo que tenía el hospital (y más recursos en general).

Ya, en serio; qué ansias de gastarse la vida en eventos que pudieron haberse logrado mucho más rápido y mejor. Ah, ¿y sabe qué es lo más frustrante? Lo datos: el camino labrado por este hombre mide 100 metros de largo y 10 de ancho. ¡100 metros, coño! Una cuadrilla entrenada y bien equipada bien pudo haber terminado el camino en meses. De hecho hay algo que se llama dinamita. Hubiera servido mucho aquí. En suma: muy buena su idea de conectar los pueblos, pero una pésima ejecución. Es como intentar destazar una vaca entera con un cuchillito de palo.

El señor del martillo y cincel murió de cáncer en 2007. Quiero creer que esa es la manera en que la vida lo recompensó por el esfuerzo invertido para mejorar la calidad de vida de su comunidad. Insisto: no me queda claro por qué alguien querría perder valioso tiempo de vida haciendo algo que podía hacerse en una fracción del tiempo invertido. Me pregunto eso porque 22 años es el tiempo que llevo casado, y en ese tiempo formamos una familia, abrimos negocios, escribí libros, participé en un programa de televisión; hice tanta cosa, coño. Sencillamente no me imagino picando piedra todo ese tiempo. Si alguien quiere ver lo poético o lo heroico en todo esto, pues adelante. Sucintamente puesto, para mí es una pendejada. Quiero puntualizar que si eso que hizo el señor es parte de una filosofía, parte de su cultura, una manda que siente que debe pagar ante una deidad o un santo, entonces la cosa cambia. Pero en tanto que no se develen las razones y motivos de tal acción, me quedo con mi punto de vista. Mire, solo pido un poco de apreciación práctica aquí, algo de sentido común. Eso del sacrificio por el bien común tiene su valor, pero hay mejores maneras de lograrlo.

La fe mueve montañas, dicen. Puede ser. Pero en este caso fue más la estulticia la que hizo este logro. Esto es más como una de esas historias antiguas, una fábula con contenido moralizante obsoleto que ha perdido su validez, su chispa. Una anacronía pues. Creo que es hora de actualizar nuestras ideas de lo bueno, lo malo, lo justo, lo correcto, lo útil.

Por lo pronto solo espero que allá en su pueblo lo recuerden con un bronce, una avenida o, más apropiado, un busto de mármol. Mínimo.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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