Cultura

Odisea

La leí en primer año de prepa. No conozco a nadie que, habiendo leído la obra, no le haya procurado algún tipo de emoción trascendente, importante. Sobre la historia de la obra, dice Manuel Alcalá: “Ya se puede ver que, con toda humildad, hay que resignarse a no saber nada suyo”.

La traducción que leí en aquel entonces es de la colección Sepan Cuántos... de la editorial Porrúa. Esto fue en 1984. Ya entonces me pareció un poco fuera de época (la traducción). Hace poco me hice de una traducción del inglés, hecha a su vez del griego, por Samuel Butler. Comencé a leerla (porque uno siempre debe releer las obras que lo marcaron de niño y de joven) y encontré algunas diferencias en cuanto al tono de ambas traducciones. La de la Porrúa es de Luis Segala y Estalella, y data de 1910. Puta madre. Más de cien años. Pues ya no se habla, ni piensa ni se escribe como en aquel entonces. Con esto quiero decir que la traducción de las obras clásicas deben actualizarse cada tanto tiempo.

Sí: siempre se presenta el gran reto de si las traducciones tergiversan el sentido e incluso la naturaleza misma de la obra original. La respuesta es: siempre. Pero es parte de la evolución de la literatura. No hay manera de mantener las cosas de manera permanente, no son piedras. Porque no es lo mismo que con una pintura o una fotografía, donde ahí lo único que puede cambiar es la interpretación de las mismas. El lenguaje es líquido y transformativo; se alza como los mares del planeta inteligente de la novela de Stanislav Lem, Solaris, mostrando a veces lo que queremos ver y otras, lo que queremos evitar u ocultar.

Pasemos a citar un ejemplo. En la versión de 1910 de la Porrúa se lee en el primer canto:

“Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo...”.

Leamos ahora la traducción de la versión de Butler, también de finales del siglo XIX:

“Háblame, ¡oh Musa!, de ese ingenioso héroe que viajó de aquí para allá después de saquear la famosa ciudad de Troya. Visitó muchas ciudades y numerosas fueron las naciones cuyos usos y costumbres conoció...”.

Luego tenemos la magnífica y elegante versión de Carlos García Gual, mucho más reciente (2005):

“Háblame, Musa, del hombre de múltiples tretas que por muy largo tiempo anduvo errante, tras haber arrasado la sagrada ciudad de Troya, y vio las ciudades y conoció el modo de pensar de numerosas gentes”.

El tono de Luis Segala se oye más pomposo, quizá más épico, pero también más mamón, una tanto excesivo para estos días. Se siente un adorno melcochoso que, en lugar de exaltar las peripecias del héroe, les da un timbre de chiste, de comedia. En cambio la otra versión –con todo que es una traducción del inglés– presenta una narrativa más directa, fresca y creíble que exalta de manera natural el poema. Y en el caso de García Gual noto un acercamiento mucho más contemporáneo al tono, pero respetando la intención y estructuras originales del poema.

Hay que recordar que estamos hablando de una obra de la cual sabemos poco o nada de su autor y de la cual no podemos estar seguros que fue escrita –o narrada– de la manera en que la recibimos hoy. Eso quiere decir que lo que tenemos hoy como Odisea es una pelota de versiones interpretadas, tachadas, rellenadas, zurcidas y maquilladas a través de siglos pero que, tal es su fuerza, que sigue ejerciendo una influencia bestial en nuestra cultura. Los tiempos se tocan a través de ciertas obras, y esta es una de ellas. Por eso es perfectamente válido ejecutar nuevas y arriesgadas versiones de esta obra inmortal.

¿Es entonces la actualización de estos textos clásicos un tipo de rebeldía? Sí. Toda literatura lo es. Por tal motivo se mantiene firme en sus convicciones. Por eso siempre va a estar ahí.

Dice Borges que traducir es hacer literatura. Hágale como quiera: lea la versión que más le emocione, pero no olvide que es importante mantener vivos estos clásicos, son las base de nuestra cultura.

Adrián Herrera


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