Cultura

Nobel

Ahora con la entrega del Nobel de Literatura me puse a investigar a los ganadores de tanto este como de otros años. No estoy al tanto de quienes suelen ser los candidatos (tampoco lo soy de los Oscar, Grammy o Emmy) pero, a diferencias de estos, me interesan más los libros, por lo que me permito indagar en las obras de los posibles ganadores. A Peter Handke lo conocía por su relación con el cineasta Wim Wenders, pero nunca lo había leído. Cuando el año pasado premiaron a Olga Tokarczuk quedé sorprendido porque en mi puta vida había escuchado hablar de ella. Después leí que en el 19 le otorgaron el premio a Kazuo Ishiguro: otro extraño en mi mundo. Me sentí mejor cuando salió el nombre de Bob Dylan, Nobel de Literatura 2018; me sé un par de canciones de él. Pero al leer el nombre de Svetlana Aleksiévich volví entrar en un estado de confusión e ignorancia. Lo mismo ocurrió con Patrick Modiano, Mo Yan, Tomas Tranströmer y Herta Müller. No así con Alice Munro, Vargas Llosa, Günter Grass, José Saramago, Seamus Heaney, Visuava Szymborska y, desde luego, Octavio Paz. Por supuesto que a medida que retrocedemos en el tiempo van apareciendo escritores que son mucho más conocidos que otros, pero de los últimos 15 años para acá leo nombres que nunca había ni escuchado ni mucho menos leído. Y me siento un poco tonto al reconocerlo, porque me gusta mucho leer, pero no soy académico y no estoy al tanto de las personas que resaltan en el mundo de la literatura. Yo soy de los que leen a capricho y no soy parte de ningún club de lectura. No me llegan noticias de quiénes son los chingones del momento y a mis amigos les gusta más beber y jugar dados que hacer quinielas para ver quién va a ganar el Nobel o el Pulitzer.

Pero acepto que me da mucha curiosidad por saber qué coño escribieron estos ganadores; siempre que anuncian tanto al ganador como a los candidatos, me meto a la red a investigar sus vidas y libros. Si cumplen con mis intereses, checo si puedo comprar sus obras en las librerías locales y si no, los mando a pedir en línea. Así he logrado descubrir auténticas joyas. Pero le diré la verdad: hay autores que sencillamente no me generaron gran emoción ni me alborotaron mentalmente. O no les entendí o, de plano, son propuestas para otro tipo de lector. No hay que esperar que todo lo que dice un panel de expertos nos guste.

Hemos ido progresivamente haciendo a un lado la literatura y el arte en general. La lectura es una actividad humana fundamental y no podemos percibirla ni como un lujo ni como una actividad de segunda mano. A medida que disminuye nuestra sensibilidad artística y nuestra capacidad crítica retornamos a estados primitivos de civilización. Y todo cuanto hagamos traerá ese sello. Coño, llevamos siglos fortaleciendo nuestro intelecto, logrando avances en ciencia, en filosofía, en hacer que nuestra percepción del mundo sea más amable y tolerante y, más importante, con más capacidad de ver hacia adelante, de prever y proyectar. Porque nuestro futuro depende de eso. ¿Y cómo mierda esperamos construir una agenda a futuro cuando nuestro presente es una morusa de desvaríos, disparates, sinrazones, despropósitos y retrocesos? Está cabrón.

Quiero enfatizar la importancia de los clásicos. Ahora se les ven como vestigios, como venidos de épocas protohistóricas, cimientos arqueológicos que descansan en los anaqueles de las librerías en espera de ser consumidos por el tiempo. Pero por algo se llaman clásicos: trascienden las fronteras del tiempo, se desplazan con soltura por ese protoplasma indefinido de conexiones neuronales y pueden ser accesados en cualquier momento. De niño recuerdo todas esas grandes colecciones de literatura; la Austral, la Salvat, Bruguera, la Aguilar y otras tantas que siempre se veían en los anaqueles. Sí: mucha gente las compraba porque saciaban el apetito de los libreros en las casas y daban una buena impresión, tanto en el aspecto decorativo como en hacerle creer a los invitados que el anfitrión era un hombre educado. La gente se va por el best seller trivial, el sensacionalismo, el flamazo del momento y el escándalo mediático. Lo profundo, lo que tiene sentido, lo que procura resultados trascendentes, es visto como una carga que requiere de un compromiso intelectual. Y en un mundo de imágenes, de videos y de fugacidades de nanosegundos, nuestra atención ya no da para más. Perder la enseñanza de los clásicos es perder la esperanza. Debemos leer, existe un compromiso tácito desde que inventamos la escritura por cultivarnos, por asimilar conocimiento, y ensayar nuestra imaginación y nuestro raciocinio. Leer no es una opción ni un fenómeno de entretenimiento casual, es un deber esencial. Yo no se qué mierda se enseña en las escuelas hoy y entiendo que en casa ya no expresamos la importancia del hábito de la lectura, pero, de seguir así, entraremos en un periodo no de oscuridad, sino de autodestrucción, de fanatismo apocalíptico donde vamos a destruir progresivamente todo lo valioso que hemos hecho en siglos. Ha ocurrido antes y está pasando otra vez. Apenas lo notamos. Y eso porque nos dejamos llevar por el efecto sedativo de la ignorancia.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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