Cultura

Máquina de escribir

Hace unas semanas publiqué en redes un comentario sobre mi experiencia con las máquinas de escribir:

“Muchos hoy no saben lo que significa el término pasar a máquina. Viene de otra época. Estudié mecanografía en la secundaria y escribí con una Remington de los 40 hasta principio de los 90. Con todo y que son obsoletas, las extraño. Sonido, textura, ambientación... cuando terminabas una hoja y salía del rodillo se sentía con un peso distinto, como si la máquina validara de alguna manera lo escrito. ¡Y las letras eran reales! Manchas de tinta sobre un papel. Algo así como los negativos en fotografía. Hoy son símbolos virtuales en una pantalla”.

Me sorprendió que muchos reaccionaran al post. Descubrí que seguimos atados a muchas cosas que, sin importar que sean obsoletas, persisten en nuestra memoria y son parte de nuestra cotidianidad. Lea estos comentarios:

“Yo odiaba mecanografía y acabé siendo el mejor en toda la secundaria. Gracias maestra Martha. PD: tenía una máquina Olympia”.
“La adrenalina que si te equivocabas sabías que tenias que retrabajar mucho, no existía el famoso ctrl+z”.
“Es cierto, se extraña ese sonido tan peculiar de las máquinas de escribir: yo tengo una desde hace 50 años y funciona de maravilla”.
“Recordé cuando llevé mecanografía en la secundaria. ¡Qué bonitos tiempos!”.
“Mi papá llegó un día muy feliz, me llevaba una máquina muy antigua, pesada con los tipos a los lados y muy ruidosa, pero todos mis compañeros llevaban una Olivetti portátil. Aún conservo el olor de esa máquina y la alegría de mi señor padre al llegar con ella”.
“Tengo algunas máquinas como colección, la más preciada, una Underwood antigua. Son parte fundamental en mi formación. Son aparatos fascinantes; le escribí algunas cartas a mi madre y a mi esposa, y como tengo mala caligrafía, la máquina no despersonalizaba la carta”.
“En la escuela preguntábamos siempre ‘a mano o a máquina’, a propósito de alguna tarea”.
“Aprendí en la prepa en una Olivetti; nos tapaban los ojos para no ver el teclado; mis meñiques eran los que más sufrían y las laminitas Korex eran lo máximo para corregir el error: me salvaron la vida. ¡Qué recuerdos!”.
“¡Yo sé hasta taquigrafía! Y en meca sigo siendo muy buena; aprendí en una Olivetti, mi maestra nos revisaba la tarea a contraluz. ¡Qué tiempos! Era feliz y no lo sabía”.
“Tengo 33 y todavía me tocó en secundaria aprender mecanografía, con cubreteclado. El resultado: la gente siempre se pregunta cómo escribo tan rápido en computadora y usando todos los dedos. Un arte perdido”.

Sí, una parte de nuestra vida la llevamos anquilosada en recuerdos y esquemas melancólicos. Pero recurrir, por ejemplo, a los LP y las mismas máquinas de escribir, entre otros, nos mantiene conectados con estas tecnologías revolucionarias.

Recuerdo en la secundaria haber leído una semblanza biográfica de Hemingway. Venía una foto de él escribiendo en una Underwood portátil. ¡Qué cosa! Quería una. Se la pedí a mi papá, pero me dijo que ya tenía la Remington, que jalaba muy bien y que para qué chingados quería otra máquina. Total, nunca pude comprar una Underwood. Y para cuando tuve el dinero y la manera de hacerlo, ya teníamos computadoras. Puta madre.

Hoy venden teclados de computadora que emulan a los de las máquinas de escribir. También venden máquinas antiguas en eBay. Hay objetos que siguen aferrados a nosotros. Y no es moda. En el caso de las máquinas de escribir me parece que estamos frente a un fenómeno no melancólico, sino práctico: es una imprenta personal, móvil. Una cosa tremenda si pensamos en las imprentas del renacimiento. Sí: hoy escribimos en la computadora y el texto se imprime en una impresora portátil. La imprenta ha evolucionado, nada que argumentar. Pero la máquina de escribir no requiere energía eléctrica, puede sacar original y copia y, en caso de haber un apocalipsis zombi (cosa altamente posible), será nuestra mejor manera de propagar y conservar nuestra escritura y conocimiento. Eso o regresamos a petroglifos, papiros y tablillas de arcilla. Además, la máquina de escribir tiene algo que el teclado de computadora no es capaz de otorgar: la descarga de energía directa. Escribir es una mezcla entre un acto físico y uno intelectual, y hacerlo a máquina resulta en una interacción con el aparato que resulta en una experiencia catártica, y es bien posible que esto afecte el resultado, pues arrojamos energía física y sonora a una hoja, y eso es contundente. Porque, además, está la frustración y el emputamiento de cometer errores, y eso solo añade una carga emocional concreta. Si no me cree, viaje en el tiempo y métase a la oficina de redacción de un periódico previo a la era digital y escuche la sinfonía de gritos, teclazos, rotación de rodillos y telefonazos. Una experiencia única, irrepetible.

No. No estoy diciendo que debamos fabricar nuevamente aquellas míticas máquinas de escribir. Pero sospecho que algún día las vamos a necesitar otra vez.


Adrián Herrera

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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