Cultura

Libros favoritos

Recientemente el arquitecto Rovira me convocó a publicar en redes sociales una lista con mis 10 libros favoritos. Acepté. Pero antes de iniciar con mi exposición aclaro que no creo que sea posible citar 10 libros como favoritos entre todos los que he leído, pues esa consideración cambia con el tiempo, tanto porque uno va leyendo nuevas cosas como porque los gustos y el impacto de esos y otros libros se van modificando. Espero esta exhibición sirva para estimular la lectura, la reflexión, pero más que lo anterior, el simple gusto por compartir lo leído con otros, pues así es como se genera la literatura: sentándose alrededor del fuego, la bebida y la comida a conversar, no a pegarle a la mamada. Enhorabuena y lo invito a que haga lo mismo.

El primer libro que voy a presentar como una imporante influencia en mí es:

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

Mucho se discute sobre si Bernal Díaz fue el autor de esta magna obra. Lo cierto es que, en palabras de Carlos Fuentes, “es nuestra primera gran novela”. La leí en la prepa y logró (entre otras lecturas) sacarme del marasmo absurdo en el que vivía entonces (estudié en una escuela de Legionarios de Cristo, imagínese). No solo se trata de una obra de grandes aventuras, sino de imaginación. ¿Pues qué otra virtud puede tener un libro dictado por un soldado iletrado octogenario a un escribano sobre sucesos acaecidos casi 50 años antes? Este no es propiamente un libro de historia, es un relato épico con elementos históricos más o menos confiables, muchos de ellos corroborables en otras fuentes historiográficas y otros bajo la tutela minuciosa y sistemática de la arqueología. Dice Anne Carson que:

“La palabra historia viene del griego y quiere decir preguntar. Quien pregunta acerca de las cosas –sus dimensiones, peso, ubicación, estados de ánimo, nombres, santidad, aromas– es un historiador”.

Tanto el narrador como quien se pregunta por el mundo en que vive –y describe– son historiadores.

La obra de Bernal Díaz es un viaje por una maraña de recuerdos, de sensaciones, de claroscuros y deseos prefigurados en una auténtica aventura. Y esta aventura la recuerdo vívidamente en una época en que viajar mentalmente era una necesidad. Como muchos, esa primera lectura de un clásico fue por la colección Sepan Cuantos, de Porrúa, con su detestable formato de dos columnas, hoy por fortuna descartado. Y eso está en juego, porque si el gobierno en turno toma control de la obra, le ponen tres columnas y con letra más chica aún.

Es bien sabido que muchas de las ediciones de la Sepan Cuantos contaban con estudios introductorios, prefacios, etcétera, de intelectuales notables. De hecho, algunas de esas introducciones podrían rescatarse en un solo volumen y estoy seguro sería un éxito editorial. Esta edición de Historia verdadera cuenta con una introducción del historiador Joaquín Ramírez Cabañas. Del maestro se dice que presentaba un acercamiento imparcial y una casi obsesión por el rigor factual –en la medida posible– de lo que investigaba. Así se refiere Joaquín a la conquista como la “epopeya mexicana” (que yo extendería a latinoamericana), y a la obra de Bernal Díaz como una narrativa, que, no tratándose de una obra histórica propiamente, apunta que “es la forma literaria lo que seduce, quizás porque recuerda esa manera popular de narrar aparentemente fácil, fluida, sencilla, y en el fondo complicada y compleja, que se divierte a cada instante de cualquier evocar desordenado y en disgresiones que no siempre llegaron oportunas”.

Importantísimo, pues que el asunto del tono que se usa para narrar es, en mi mejor opinión, una finalidad por sí misma.

Me preguntan qué parte del libro es mi favorita. Puedo decir que la primera, en que se narran las dos primeras expediciones a la península de Yucatán y hasta llegar a Veracruz. A partir de ahí es otra aventura por sí sola. Pero hay que abogar por un fragmento que estoy seguro muchos estarán de acuerdo, representa el punto más emblemático de la obra:

“Ya que llegábamos cerca de México se apeó el gran Montezuma de las andas y traíanle del brazo aquellos grandes caciques debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y el color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argenteria y perlas y piedras chalchihuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho de mirar en ello. (...) entonces sacó Cortés un collar que traía de piedras de vidrio que tienen dentro de sí muchas labores y diversidad de colores y venía ensartado de cordones de oro con almizque y se le echó al cuello al gran Montezuma y cuando le iba a abrazar, aquellos grandes señores que iban con Montezuma le tuvieron el brazo a Cortés que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio”.

Qué momento tan significativo: el encuentro de un rey con un soldado. Allí ha iniciado todo.

En fin. Léase esta magna obra, pues no como un texto oficial ni como un viejo mamotreto de hechos –reales, tergiversados o ficticios–, sino como una oda a la imaginación, al descubrimiento y, más importante, al lenguaje y a la literatura.

Viva su lectura, compártala.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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