Mi suegra platica un chiste que siempre me hace reír. Llega un tipo a casa de su compadre. Nota que sobre el dintel cuelga una ristra de ajos. Luego se da cuenta que alrededor de la ventana hay una guía de estramonio con cardos de sol. Ya adentro advierte que sobre la pared hay una herradura. Sorprendido, le pregunta: –Oiga, compadre, ¿a poco cree usted en las brujas? A lo que el compadre le responde: –N’ombre, para nada. ¡Pero de que las hay, las hay!
El Diccionario de Uso del Español de María Moliner (el mejor y más notable de todos) define a un brujo como una “persona a la que se le atribuyen poderes mágicos, generalmente malignos y debidos a un pacto con el diablo”.
La Biblia. Samuel 28:3-25. Se narra un episodio donde el rey Saúl tiene a los filisteos a punto de guerra. Acude entonces a Jehová para recibir consejo, pero éste no se le presenta ni en sueños ni a través de los profetas. Temeroso, le pide a los criados que encuentren a una mujer con la potencia adivinatoria, porque es urgente saber lo que ocurrirá en la batalla. Así dan con esta mujer en el pueblo de Endor. Pero antes hay que informar que el mismo Saúl había echado de la tierra a todos los adivinos y encantadores, cosa que, como estamos a punto de descubrir, nunca debe hacerse, porque uno nunca sabe cuándo se van a ocupar los servicios de semejantes personas. El caso es que aquella mujer le increpó este hecho –el de haber erradicado a los adivinadores–, pero el rey le aseguró que no habría represalias (lo juró en el nombre de Jehová) y entonces le pidió que le bajara al espíritu de Samuel, y así lo hizo. Antes debo apuntar que los rabinos de la antigüedad sostenían que el alma merodea su cuerpo hasta 12 meses después de muerto, y por tal razón pudo la bruja invocar y traer al espíritu de Samuel, pues aún no cumplía el año de fallecido.
Bueno, pues entonces se apareció Samuel, y Saúl lo reconoció. Lo que el profeta le dijo no fue alentador: “Jehová te odia y los filisteos te van a partir tu madre. Además durante la batalla se van a morir tú y tus hijos”.
Así ocurrió.
Como Saúl había desterrado a los adivinos, muchos fueron a dar a Endor y tal pueblo se hizo notable por albergar a todos aquellos que practicaban las artes prohibidas y ocultas. Se supone que la bruja poseía un talismán con el cual era capaz de conjurar a los muertos. Se le reconoce así como la primera mujer en practicar la necromancia.
Ahora pongamos atención a lo siguiente: el término bruja se popularizó en el siglo XVI durante la Inquisición, y estuvo asociado con conceptos de maldad, perversidad, superchería y asuntos afines. Y lo hicieron para que encajara con su agenda en contra de la herejía. Los teólogos de la época se preguntaban si la bruja de Endor habría invocado no al espíritu de Samuel, sino a un demonio, engañando así al rey Saúl. Vaya usted a saber.
La bruja de Endor está lejos de ser personaje exclusivo de la narrativa bíblica; proviene de tiempos más remotos, Mesopotamia, de seguro, y quizá antes. De ahí se diseminó por el mar Egeo, donde muy probablemente se desarrolló en forma de pitia en los oráculos del mundo griego antiguo. Luego fue asimilada por Roma y después proyectada a través del Medievo y el Renacimiento. Chaucer, en Los cuentos de Canterbury, habla de ella en el “Cuento del fraile”, donde la menciona como “la pitonisa de Saúl”. Más tarde, ya en el siglo XIX, se le adjudicaría la potencia de ventriloquía, capacidad para darle voz a demonios y espíritus.
En todo caso, estaríamos hablando de un mito singular, el de la bruja original: la primera.
Adrián Herrera