Cultura

Ingeniero

Mi papá fue ingeniero. Estudió en el ESIME (Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica) en los cuarenta. En 1947 se vino para Monterrey y fundó una empresa de extrusión de aluminio para fabricar perfiles, Cuprum. Además era piloto privado y le gustaban la cacería y la pesca. Ah, y el whisky.

En casa teníamos una bodeguita que mi papá transformó en taller. Él era muy creativo y siempre estaba buscando hacer cosas. Y en ese tallercito hacía de todo, pues era inventor; hay por ahí algunas patentes a su nombre. Pues aquel espacio estaba muy bien equipado y fabricábamos una serie de inventos, arreglos, mejoras y variantes. Así aprendí a inventar. –Si no existe, lo inventamos, y si no es lo suficientemente bueno, lo mejoramos–, decía. De esa manera adaptábamos una serie de objetos y artefactos para que se ajustaran a lo que queríamos. Creo que a mi mamá no le gustaba mucho que trabajáramos en aquel taller, y sospecho que tiene que ver con el ruido; seguetas, martillazos, chirridos y aromas a metal quemado le ponían los nervios de punta. Ella se replegaba en su habitación y se sumergía en lecturas religiosas y programas de televisión como el de la madre Angélica, y así eludía los ruidos de nuestros esfuerzos. O sea que cada quien estaba en lo suyo.

Un día fabricamos un faro rotativo para aeropuertos y edificios, enfocado hacia aeronaves. Es una diseño que mi papá hizo en los sesenta y quería mejorarlo; se trata de un artefacto con espejos en tal disposición que al rotar reflejaba, ya sea la luz solar o una fuente artificial en una serie de destellos potentes. Tal aparato lo colocamos en el techo de una de las “torres moradas” en Monterrey y estuvo funcionando un tiempo. Varios pilotos mencionaron haber visto los reflejos. Ignoro si aún sigue ahí. Ese modelo se movía con un pequeño motor, pero había otro diseño impulsado por el viento.

En otra ocasión construimos un aparato mecánico para nadar y mejoramos una escalera de escape para incendios. La lista de las cosas que hicimos, mejoramos y adaptamos es larga y no creo que de esas hechuras quede mucho. Pero hay algo que permanece, algo muy importante: la cultura que generó en mí. Aprendí a modificar, a imaginar, a reparar. Este ímpetu se proyecta y concreta en mi vida de todos los días, pero también en lo profesional. En cocina me la paso diseñando hornos, asadores y freidoras, baños de vapor y ahumadores. En casa reparo todo (junto con mi mujer, porque mi suegro era ingeniero, imagínese). Al final, me quedo con lo esencial, con un concepto, un ímpetu fundamental y que es la fuerza subyacente de todo esto: transformación. Esa es la cultura que heredé de mi papá el ingeniero.

–Tú no te sabes estar quieto–, me decía Tomasa, la mucama de toda la vida de casa.

Creo saber de dónde aprendí eso.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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