Acerqué la cámara –pedí que no sonriera– y saqué la foto. Mi amiga sonrió y se acercó a la cámara: –A ver, ¡cómo salió! No pude menos que lanzar una carcajada. No mija, esta cámara es de las de endenantes: se le pone un rollo con material fotosensible, el lente se abre momentáneamente dejando pasar un haz de luz y esa imagen queda registrada en el film, el cual debe después someterse a un baño con químicos para revelar su impresión. La niña se me quedó viendo con cara de no haber entendido una chingada. –Entonces... ¿no puede verse ahorita? –No, no es digital–, contesté.
Muchas personitas de cierta edad no entienden cómo funcionan las cámaras análogas. De hecho, no entienden mucho del mundo en que viven. Dan todo por hecho. Regresando al tema de la foto, otro amigo decía que él prefería las cámaras automáticas. –Hacen todo, tú solo le picas a un botón y listo–, dijo. De acuerdo con eso. De hecho hay fotógrafos profesionales que prefieren esta modalidad. El asunto es que para sacar una buena foto con una cámara de rollo, uno debe conocer la relación entre la velocidad de obturación, la apertura y la sensibilidad del rollo. Todo eso depende de muchos factores, pero un fotógrafo con experiencia sabe casi de manera intuitiva cómo malabarear estas variables.
Otro amigo se quejaba –con justa razón– de que los fotógrafos jóvenes dependían más en la automatización de las cámaras que del conocimiento del aparato y de la físico-química implicada en el proceso. Decía que para sacar una buena foto uno no solo debía tener buen ojo, sino conocimiento real de la óptica. Esto despierta un debate que debe abordarse. Daido Moriyama cambió a tecnología digital y se rehúsa a regresar a la fotografía analógica. Tiene una Ricoh GR y saca en modo automático. Es feliz. Para él, lo importante es el resultado y considera que volver a las cámaras de film es un asunto de melancolía y nostalgia. Concuerdo con el tema de la nostalgia, pero no con lo del aparato. Pienso que el aparato ha venido evolucionando desde hace más de un siglo y se le debe un cierto nivel de respeto. Usar una cámara análoga genera una sensación distinta a la de una digital; de esta última salen fotos de manera vertiginosa: uno se toma el tiempo para planear y ejecutar una fotografía con un aparato digital. ¿No me cree? Cuente las fotos que tiene en su celular y, con toda sinceridad, pregúntese cuántas de esas fotos las va usted a volver a ver. Se guardan en un dispositivo y ahí se quedan hasta que el aparato se descompone. Un amigo fotógrafo acertaba en reconocer que, para muchos jóvenes y hípsters, lo importante era poseer la cámara, no ser un buen fotógrafo. “Hay fotos que cuando las ves, a leguas te das cuenta que las sacó la cámara, no el fotógrafo”. Tiene razón. En tanto que sí debemos permitir que la cámara haga su puto trabajo, quien elabora la composición es la persona, punto. Y no importa la cámara que estemos usando; desde una sencillísima Kodak Brownie hasta las súper sofisticadas Hasselblad o Mamiya, cada aparato tiene sus carácter, sus propiedades, su manera de ser. Y si las comprendemos será más fácil sacar una foto si no memorable, por lo menos decente. Dicho lo anterior, se concluye que no hay una cámara mejor que otra, solo cámaras para gustos y aplicaciones distintas. Gracias.
Otro concepto equivocado es que los fotógrafos profesionales –y especialmente los artistas reconocidos– aprietan un botón y mágicamente emerge una joya. Eso sencillamente no ocurre. Para obtener una buena foto hay que tomar chorrocientas mil fotos, y de ahí se pasa a seleccionar las mejores y luego uno debe esperar varios años para revisar esas fotos y ver si se seleccionaron las correctas. Es un ejercicio estadístico, no es magia, coño. El mismo Daido Moriyama declara: “La calidad solo se alcanza con la cantidad”. Se vale alegar.
Por más control que tengamos de las condiciones y de la cámara, el momento siempre ofrece sorpresas y cosas inesperadas –e insospechadas– que hacen que no estemos seguros de cómo va a salir la foto. Y eso es algo que la cámara digital no puede otorgar.
No me malinterprete: no estoy peleado con lo digital. De hecho tengo una cámara bastante buena y la uso con cierta frecuencia, pero no es la misma experiencia que el film. Con la cámara analógica salgo a las montañas, selecciono un lente específico, un rollo con ciertas características, camino un buen rato, estudio las tomas y ángulos, monto el aparato sobre un tripié y saco una foto. Para mí, el proceso y el manejo de la cámara generan una experiencia que no puede ser llenada por una cámara digital. Amigos que han comparado fotos sacadas con rollo con otras digitales, concuerdan en que la técnica puede ser la correcta, pero el alma de la foto analógica se muestra triunfante frente a la conciencia robotizada de la digital. Lo siento, pero mí experiencia con ambos medios me llevan indefectiblemente a esa conclusión.
Lo invito a que pruebe las cámaras de antes; en la ciudad hay por lo menos dos laboratorios que venden cámaras, rollos y que los revelan. Es una experiencia que, lejos de ser melancólica, puede ser sublime. Y puede que esos extraños rollos químicos revelen algo de la realidad y de nuestro interior que de otra manera no podemos ver.