Cultura

Fanáticos

Entre empleados, colaboradores, colegas, proveedores y técnicos he visto muchas personalidades. Pero hay una clase con la cual sencillamente no puedo: los fánaticos

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engo dos restaurantes. Con los años he trabajado y convivido con mucha gente. Entre empleados, colaboradores, colegas, proveedores y técnicos he visto muchas personalidades y filosofías. He tenido que tolerar furibundos y rabiosos, mamones, prepotentes, huevones, habladores, genios incomprendidos, alucinados, androides automatizados, místicos, antropoides protohumanos y gente que de plano se siente dueña del restaurante. Claro, también he tenido bajo mi servicio a personas competentes y ejemplares, y son ellos con los cuales hemos salido adelante en todos esos proyectos.

Pero hay una clase con la cual sencillamente no puedo: los fanáticos. Me han tocado de dos tipos, el deportivo y el religioso. El primero presenta una actitud irrefrenable hacia un equipo en particular y lo defiende por encima de cualquier crítica. Suele ponerse violento frente a una discusión –estéril, casi siempre– y pierde el control con facilidad. Lo único que medio lo salva es el hecho de que estamos hablando de un equipo de futbol, de personas que juegan con un balón en el pasto. No más.

En cambio, el fanático religioso es otra historia; ellos sostienen que existe un ser omnipotente que rige todo el universo, se comunica con ciertos seres humanos a quienes les transmite sus puntos de vista y sus sentimientos, y es capaz de castigar no solo a quienes obran en disonancia con las reglas impuestas por él, sino en quienes, de plano, no creen en él. Y ahí el problema; las personas que siguen estos credos y religiones están convencidos de que sus pastores y sacerdotes interpretan infaliblemente los pensamientos de este ser sobrenatural y los transmiten a los fieles, quienes deben seguir estos dictámenes sin cuestionarlos.

Entonces, todo lo que derive de estas interpretaciones divinas queda por encima de cualquier ley humana. Llámese una Constitución política, las normas de comportamiento de una empresa o el manual de Carreño.

Pues resulta que este empleado un día fue presa de un emputecimiento porque me había estado pidiendo que le diéramos el sábado libre. Los sábados los invierte en proclamar la palabra de Dios y los domingos hace servicio social. Pues qué lástima, pero no va a ocurrir. Los sábados son días fuertes para el restaurante y no hay excepciones: hay que trabajar. Además se cobran muy buenas propinas, por lo que está en beneficio del empleado servir ese día. El cocinero insiste en que se trata de algo muy importante, un servicio que viene de Dios, una actividad no lucrativa, de beneficencia.

Le explico que cada quien puede creer en lo que quiera y desarrollar las actividades resultantes de estos credos en los ratos libres. Aquí en el restaurante tenemos horarios que cumplir y una agenda de producción y servicio especialmente tensa. Si yo le doy la oportunidad de faltar los sábados, mañana otro empleado va a salir con el cuento de que su religión lo obliga a alabar a Dios o a salir a las calles a tocar puertas y repartir folletos místicos, y pues eso no va a ocurrir. Al final, el tipo renunció. Lo que ocurrió después no me sorprende: nadie le quiso dar trabajo. Porque usted no llega a un negocio poniendo sus reglas, usted se adapta, punto. Lo que no entendí fue que este tipo estaba casado y con dos hijos. Es delirante. Cuando le pregunté cuánto le pagaban en la iglesia por ofrecer tales servicios, me contestó que nada. Ah, mira, le dije, pues ve con el pastor y pídele trabajo, a ver qué te dice.

Con el otro empleado –un mesero– las cosas tampoco terminaron bien: casi siempre llegaba a trabajar con la camiseta de su equipo (un equipo local) y un día se puso a discutir con un cliente por una pendejada de un penal o algo así. Otro compañero le llamó la atención, hubo una discusión y se liaron a golpes. Fue su último día de trabajo.

Conclusión: cuando tu credo, ideología o punto de vista queda por encima de los intereses de la empresa para la cual trabajas y por sobre las necesidades de tu propia familia, es momento o de cuestionar esas creencias o de mandarlas a chingar a su madre para siempre.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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