Siempre los ha habido. Pero hoy la tecnología los aumenta, cataliza y amplifica. Y esto tiene como consecuencia la idea de lo que defienden puede ser válido. Recordemos que hablamos de tono, no de contenido. Esto quiere decir que el fanático opera dentro de esa agenda. Aquí no hay lugar para disertaciones, charlas educadas o reflexiones lógicas: solo la defensa, por cualquier medio y sin medir consecuencias, de aquello en lo que creen.
Hace unos días publiqué un tuit donde pedía, con tono de broma, pero más o menos en serio, que Bad Bunny se retirara de los escenarios. Loquitos que lo siguen no tardaron en insultarme. Y mire que el músico en cuestión es bastante malo.
Luego publiqué sobre un chofer de taxi que venía escuchando cánticos cristianos y dije que estaba a punto de abrir la puerta y arrojarme a la calle. Bueno, los radicales cristianos acudieron al llamado y me invitaron a seguir a Cristo, a dejar el ateísmo, a leer la Biblia y a morir con dolor.
En ambos tuits había un tono de comedia, de humor, y ese es precisamente el problema: hemos perdido ya esa capacidad para reír de cosas que se suponen sagradas. Ah, y no hablemos de futbol; además de ser un deporte que aborrezco desde niño, es cuna de las expresiones de violencia más notables.
Y cuando uno pone tuits criticando al Presidente y a su supuesta y fallida cuarta transformación se nos viene una marejada de respuestas de odio, amenazas y consignas acojonantes.
No importa el tema: religioso, deportivo, político o de cualquier idea en general, la tendencia será siempre la misma: radicalizarnos hacia una postura y negar las otras, considerándolas opuestas y enemigas. Es una enfermedad.
Recuerdo haber leído en la prepa a Spinoza. El profesor, un poco irritado por lo que nos iba a enseñar ese día, nos advirtió que debíamos tomar tales enseñanzas con cautela, pues podían interpretarse de manera “equivocada”. El problema es que estábamos en una escuela de Legionarios de Cristo, imagínese. El texto dice así:
“Nada sucede en la naturaleza que pueda atribuirse a un vicio existente en ella; la naturaleza es siempre la misma. Su virtud y potencia de obrar son siempre más y en todas partes las mismas, es decir, las leyes y reglas de la naturaleza con las cuales todo sucede y pasa de una forma u otra, son siempre y en todas partes las mismas. Por consecuencia, el camino recto para conocer la naturaleza de las cosas, cualquiera que sean, debe ser también uno solo, esto es, siempre por medio de las leyes y de las reglas universales de la naturaleza”.
Básicamente lo que Spinoza dijo era que Dios era parte de la naturaleza creada por él, y que no podía estar fuera de ella. O sea que debía someterse a las reglas descubiertas y descritas por la ciencia. Claro que esto tuvo consecuencias importantes, porque con tal declaración había destruido el Dios personal que escucha y atiende –y castiga– y ahora ese mismo Dios no era sino un fenómeno más de la creación. Y con esto se iniciaron una serie de elucubraciones que pudieron validar el ateísmo que se desarrolló con más fuerza en el Siglo de las Luces, porque de todo esto se desprende que si Dios es parte de su creación y no ejerce ningún tipo de influencia en la misma, ¿qué necesidad se tiene de él? El punto es que a Spinoza lo excomulgaron por hereje.
Aquí el problema es que no se puede ir en contra del fanatismo porque los radicales no admiten reflexión, ni debate. ¿Qué hacer entonces? No lo sé. Creo que es algo que siempre nos va a acompañar y solo debemos apostar para que no nos gane. Es estadístico.
Insisto: populistas y demagogos, charlatanes seudocientíficos, radicales aferrados a camisetas de equipos deportivos, gente cegada por credos religiosos, alterados que se desmayan con cantantes mediocres y loquitos que justifican cualquier ejercicio de violencia envueltos en la bandera de un país.
Esto, me temo, siempre va a seguir, no tenemos remedio. Una solución podría ser la educación. Pero esos grupos harán lo posible para evitar esta eficiente medida. Por lo pronto hay que extremar precauciones.
Adrián Herrera