Cultura

Encierro

Con esto de la pandemia viral nos piden quedarnos encerrados en casa. O por lo menos limitar nuestras salidas y lograr cierta distancia cuando nos encontremos con otros seres de nuestra misma especie. Esto, creo yo, es bueno. No por lo del contagio, eso es tema que no voy a tratar aquí, pues no soy especialista y además estoy mal informado. Me concentro más en el tema de estar dentro de un esquema social atípico, le explico. Acostumbrados a una rutina semanal con agenda diaria, el cerebro no logra computar de manera inmediata lo que debe hacer. ¿Por qué? Porque lo tenemos acostumbrado a hacer ciertas cosas a tales y cuales horas, por eso. Entonces no sabe si son vacaciones, mera pereza o, de plano, nos volvimos locos. Ni una ni otra; la verdad es que sí son una especie de vacaciones, pero obligadas y con elementos de tensión, de thriller mundial y hasta de complot.

Tengo un negocio que atender, además de otras actividades diarias como escribir y tomar fotos, por lo que a mí solo me afecta el tema del negocio. No tengo que cumplir con algún horario en particular, por lo que mi trabajo específico es supervisar que todo vaya bien. Y en cuanto a lo de escribir y sacar fotos, bueno, pues eso ocurre a destiempo y no hay horas para eso. Pero es la sensación de estar en medio de una circunstancia especial de la que estoy hablando. Hay una contingencia y esta tiene consecuencias. Una cosa es lo que se ve en las calles –nada– y otra lo que ocurre en redes sociales: ¡todo! De hecho, si usted no le presta mucha atención a lo que ocurre en el medio virtual tendrá esta sensación de paz y tranquilidad como rara vez se ve.

Eso: una rareza. Vivimos estos breves momentos que nos revelan mucho sobre la manera en que vivimos. Ve uno videos donde los animales van poco a poco acercándose a sitios donde antes no se veían. En los canales de Venecia volvieron los peces, delfines y pájaros. En otras ciudades se vieron mapaches, osos, ciervos y otros mamíferos deambular por calles y vecindarios como si se hubieran abierto las puertas del puto zoológico.

La atmósfera de muchas ciudades se despejó. Fue algo así como esas películas de ciencia ficción donde los humanos se van a la mierda y la naturaleza va poco a poco reclamando los espacios que habitaba. Con decirle que en mi barrio ya regresó un cenzontle que hacía mucho tiempo no escuchaba, además de parvadas de pájaros que sepa la madre de dónde salieron. La alusión ecológica es evidente.

Pero la psicosocial es más llamativa, porque nos revela que quizá llevamos estilos de vida que deben cuestionarse y reconfigurarse. Si es cierto que el tema de esta pandemia es importante por los efectos que está teniendo a nivel global, es más relevante ponerle atención a todo lo que viene después: al procesamiento de los datos duros y que nos va a revelar una serie de propuestas de cambio. Porque, visto por un lado, todo esto es un ensayo masivo para entender cómo comportarse cuando nos ataquen eventos globales, desde una pandemia hasta una guerra. Y no hay que olvidar la parte económica y la estrategia de los gobiernos poderosos para aprovecharse de todo esto.

Recuerdo de niño cuando me dio alguna enfermedad. Tenía temperatura y mi mamá decidió no mandarme a la escuela. Me sentía mal, pero no tanto; estuve casi toda la semana encerrado y eso para mí fue una revelación, porque al no estar sometido a una rutina pude explorar cosas que antes solo hacía por encimita. Leí mucho, exploré el jardín de la casa –descubrí recovecos, objetos y cosas insospechadas– y logré entender una parte de esa vida cotidiana que desconocía. Y no eran vacaciones: no tenía “permiso” para estar relajado, solo estaba alienado de la escuela y la calle por concepto de una enfermedad. Eso cambió mi manera de percibir las cosas. Cuando regresé a la escuela me sentí raro, desubicado y hasta un poco culpable. Todos habían seguido con sus vidas y yo había estado recluido en un esquema patológico extraño. Por supuesto que siempre me quedó la sensación de que habría preferido seguir solo en mi realidad que en la puta escuela.

Me gustan las disrupciones. La rutina nos adormece, nos otorga todo ya procesado, cómodo y fácil. No nos deja pensar, reaccionar, crear, resolver. Las disrupciones nos revelan que el orden que nos hemos impuesto es solo eso: una agenda imaginaria que puede cambiar. No digo que toda la arquitectura socioeconómica deba modificarse, no mamen; hablo de algunas cosas que sabemos son perniciosas. El punto es que esta contingencia es una buena oportunidad para preguntarnos qué mierda estamos haciendo aquí y por qué.

Lo que me queda clarísimo es que los que le están sacando mejor provecho a la situación son plantas y animales, los cuales están fascinados por nuestra ausencia. Eso me dice que quizá no solo no seamos necesarios en el planeta, sino hasta un auténtico estorbo, un exceso.

Creo que voy a aprovechar esto para sacar mis mejores vinos y licores, y voy a suponer que se trata de un Apocalípsis viral y no queda nada más que hacer que embrutecerse, escuchar heavy metal y esperar el final.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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