No me gusta el Presente.
No lo entiendo: es impermanente y confuso. No se presenta con claridad, antes entrega las cosas como en una maraña chispeante que llama la atención, pero que no se termina de definir. Y esta morusa es un capricho que se renueva y transmuta constantemente; se esconde de sí mismo y, a ratos, muestra caras extrañas que se reborujan en muecas y gestos bizarros y burlones.
El Presente se ríe de nosotros y de nuestras pretensiones; sabe que somos incapaces de entenderlo y se sorprende de nuestros fútiles intentos por manipularlo y proyectarlo al futuro.
Se dice que el pasado ha quedado atrás.
Mentira.
El Presente carga con él, es una pelota gigantesca que rueda de manera implacable, acumulando y triturando indiscriminadamente todo cuanto se encuentra en su carrera de tiempo, y así, y su desenfrenado ímpetu mastica al tiempo que vomita nuestros sueños, deseos, proyectos y nuestros mejores años y disuelve con humor ácido toda visión del supuesto futuro.
Porque el futuro, contrario a lo que se cree, no existe. Nunca es real. No podemos alcanzarlo. Y esto porque al futuro siempre se lo come el Presente, y en toda su procacidad, grosería y desparpajo no lo deja ser.
Nos han enseñado que el tiempo corre de manera lineal, prueba de ello, dicen, es que envejecemos. Y, junto a esto, todos los fenómenos observados y medidos en el mundo natural siguen este mismo curso, dicen. Nada de eso es cierto: somos los únicos que podemos confabular todos los tiempos en un presente, pero aún no hemos logrado conjeturarlo de manera ordenada, lógica, entendible. Por eso nos causa tanto estupor intentar organizar nuestros pensamientos, pues danzan, nadan en un protoplasma pasmoso y enmarañado.
Quizá por eso nos gusta preformar nuestras vidas de acuerdo a los ciclos de los que somos parte, e intentamos reproducirlos, proyectarlos, en agendas de trabajo, de vacaciones, de pequeños y cotidianos rituales. Y esto por miedo a lanzarnos a ese rarísimo y desordenado mundo en donde el tiempo no es lo que parece. De esta manera nos ajustamos a lo evidente y sentimos así un consuelo que nos otorga la sensación de ser una pieza más en una maquinaria cósmica bien establecida. Pero nada de eso ocurre, porque nuestros cerebros son rarísimas y prodigiosas máquinas de distorsión y están en constante lucha con la idea de este universo mecanizado y perfecto.
Al par de nuestra limitada concepción del tiempo, viene la del tamaño de las cosas. Todo lo vemos según nuestra apreciación de nuestro cuerpo: somos la medida de todo. Para arriba y para abajo. Pero las proporciones son tan pasmosas que no logramos computar la lógica de semejante disparate arquitectónico. Luchamos por crear una visión integrada de las cosas, pero nuestra física, nuestras matemáticas y nuestra filosofía no logran aún crear un esquema convincente: seguimos inmersos en el absurdo y, con frecuencia, en el contrasentido de tener que medirnos de acuerdo a una serie de principios que no funcionan del todo y de una percepción de nosotros mismos que muchas veces parece más un despropósito que un ejercicio de cordura.
Dice Visuava Shimborska:
Cuando empezaron a ver a través de los microscopios
un escalofrío comenzó a soplar y aún lo hace.
Las vida hasta ese momento había sido lo suficientemente frenética
en todas sus formas y dimensiones.
Y es por ello que creó criaturas muy pequeñas,
variados y pequeñísimos gusanos y moscas,
pero por lo menos el ojo humano podía verlos a simple vista. Microcosmos)
No tenemos una idea clara de dónde estamos, ni en el espacio ni el tiempo, y que el tamaño que tenemos es un capricho extrañísimo que no puede explicarse. La realidad no se explica de manera exclusiva con un sistema ni científico, artístico, filosófico o religioso, sino a través de un intercambio complicadísimo y cambiante de todos estos sistemas. Y esa percepción cambia con el tiempo.
No me gusta el Presente y no podemos escapar de él. Siempre estará ahí, limitándonos, encapsulándonos en una realidad asfixiante. Sí, a veces podemos abrir una ventanita diminuta y vislumbrar cosas increíbles, imposibles y alucinadas, pero es solo un vistazo muy borroso lleno de cosas indiferenciadas. El Presente es una licuadora siniestra, una especie de borrachera constante, una ensoñación burlesca, un teatro del absurdo.
Estamos atrapados en un ciclo perpetuo de tiempo contracturado, enfermo.
No hay manera de salir de aquí.