Cultura

Ego Ruderico

Lo primero es presentar al señor: Rodrigo Díaz, nacido en Vivar, Burgos, llamado Cid (derivación de “señor” en árabe), experto en guerra campal. O sea: Mío Cid Ruy Díaz de Vivar Campeador. El Cid Campeador. Se le conoce principalmente por un poema o cantar que proviene de una tradición juglaresca escrita años después de su vida y hechos. Es del siglo XII. Así lo presenta:

Quando él los ovo presos, mandó a los suyos coger los averes e las riquezas que fincavan en el canpo desi tornósse el Çid con toda su conpaña e con todas sus riquezas para Almutariz rey de Sevilla, e dio a él e a todos sus moros quanto conoscieron que era suyo, a aun de lo al quanto quisieron tomar. E de allí adelante llamaron moros e cristianos a éste Ruy Díaz de Bivar el Çid Campeador, que quiere dezir batallador.

El cantar no es historia propiamente, pero está basado en hechos reales, confirmados muchos. Y es que, como en la Historia Verdadera de Bernal Díaz, en aquellos tiempos y sus relatos y crónicas, no había mucha diferencia entre lo vivido, lo ocurrido, lo relatado y lo imaginado: todo mezclábase en un enriquecido texto que concentraba todo lo anterior en un vórtice catalizado por la fantasía. De esa forma y manera se lograba algo que no era ni una ni otra cosa, pero algo más importante: literatura. Pues así lo declaró Carlos Fuentes: “La Historia Verdadera de Bernal Díaz es nuestra primer gran novela”.

El español –castellano – antiguo me gusta muchísimo y me emociona de manera extraña. Lo digo no por las palabras arcaicas (y la mayor de las veces ininteligibles para los comunes como yo y que son dominio de lingüistas y estudiosos), sino porque la música que se genera al pronunciar no solo palabras, sino textos completos, es bellísima. Toda lengua tiene su ritmo, sus ciclos, su sensualidad. Pero, además de esto, carga con un torrente histórico tremendo.

Por encima de la veracidad histórica o los intereses filológicos, El cantar de Mío Cid  es, ante todo, literatura, y su valor es otro.

Leo las hazañas de Ruy Díaz; hay pasajes notables. Uno, el del león, merece especial atención; resulta que el Cid tiene dos yernos, Fernando y Diego González, impuestos por el rey Alfonso. Como el Cid es vasallo del rey no puede oponerse, pero lo deja bien claro:

—Non habría fijas de casar, repuso el Campeador can non han grant hedad e de días pequeñas son.

O sea que las niñas no estaban en edad de casarse, pero como era sugerencia del rey, pues no había mucho que hacer. Resulta que los yernos no son precisamente lo que el Campeador esperaba: son unos pendejos inútiles, creídos, miedosos y pusilánimes; en una batalla contra los moros en las afueras de Valencia, uno de los infantes salió a combatir contra uno, el cual cargó contra él con furia. El yerno, viendo aquello y temblándole las piernas, huyó. Lo vino a salvar uno de los lugartenientes del Cid, el cual, luego de matar al moro, ocultó la cobardía del infante y mintió para que la gente y el Cid creyeran que había combatido valerosamente matando al soldado enemigo. Mamadas. Y luego está el pasaje del león, que es notable. Se titula “La afrenta de corpes”. Ahí en Valencia tenían un león enjaulado. Pues un día se soltó. Y los infantes, aterrados, se escondieron donde pudieron, dando de alaridos de terror. Mientras, el Cid dormía. En medio del alboroto, despertó. Así le informaron lo que acontecía: –Oh, señor honrado, gran susto nos dio el león. Entonces:

Mio Çid fincó el cobdo, en pie se levantó
el manto trae al cuello, e adeliñño pora león;
el león quando lo vió, assi envergoncó,
ante Mio Çid la cabeca premió e rostro fincó.
Mio Çid don Rodrigo al cuello lo tomó,
e liévalo adestrando, en la red lo metió.

La corte, naturalmente, quedó maravillada. Me da risa cómo la fantasía popular quiere ver en el mercenario del Cid a una especie de superhéroe. Bueno, el caso es que los infantes quedaron humillados. Así, mezquinos como eran, decidieron deshacerse de sus esposas, las hijas del Cid, para cobrarse lo de haber sido expuestos como los cobardes que eran. Anunciaron que se iban de regreso a Carrión, llevándose a sus esposas, pero a la mitad del camino les propinaron una tremenda madriza y las dieron por muertas. Semidesnudas y seriamente lastimadas, las encontraron. Lo que sigue es que el Cid demandó juicio al rey Alfonso y así se hizo. La disertación terminó con un duelo: los infantes de Carrión contra los lugartenientes del Cid. Y así ocurrió; la batalla se dio en un campo. Y la narración de la misma es mucho más intensa que las de las guerras del Cid con los moros. Al final, claro que los hombres del Cid medio matan a los cobardes y deshonrados infantes y la afrenta es cobrada. Después, las hijas son casadas con nobles de otras casas importantes y así termina el poema.

Me resultó divertídisima y entretenida su lectura. Hay secciones que he vuelto a leer.

En el poema se le presenta como “el que en buena hora nació”, “el nacido en buen presagio” o el de la lengua barba. En un documento histórico así se presentó él mismo en su rúbrica: soy Rodrigo.

Sin más.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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