Hace tiempo intenté llevar un diario personal. Al tiempo descubrí que soy incapaz de llevar uno: al final le digo por qué. La idea vino después de llevar una masterclass en línea con Joyce Carol Oates; en un capítulo instaba a llevar una crónica diaria, rica en hechos y apreciaciones. Mencionaba también los diarios de Virginia Woolf, mismos que mandé pedir a Amazon en una edición recortada. Entrar en la vida cotidiana de una escritora de esa talla fue muy ilustrativo. Luego me metí en mi biblioteca y me puse a hurgar entre los estantes, buscando diarios personales, autobiografías, crónicas de viaje y así. Pasé horas hojeando aquellos volúmenes. De esa manera me senté a reflexionar al respecto.
Reconozco varios tipos de diario; las crónicas de viaje, los personales-psicológicos, los urbanos y los aburridos.
El diario de viaje representa un género literario en sí mismo y con ellos se pueden lograr guiones cinematográficos fantásticos, además de ser valiosos para cronistas e historiadores. Basta con mencionar los viajes de Marco Polo, la historia verdadera de Bernal Díaz, los Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan, de John Lloyd Stephens y los increíbles viajes de sir Richard Burton.
Los diarios personales, por su parte, poseen una carga emocional y figurativa –y abstracta– de tal profundidad e intensidad que despiertan el interés de psicólogos y que revelan que, a veces, es más importante entender cómo sienten las personas las cosas en lugar de su esfuerzo por describir objetivamente su entorno, pues se le da prioridad a la espontaneidad y el flujo profundo de conciencia.
Dentro de la crónica diaria reconozco un tipo generado con la era de las redes sociales: el microtexto digital. Se trata de chispazos –muchos semejantes a la estructura y potencia del haiku– que condensan la experiencia de todos los días. Algunos estilos rayan entre lo absurdo, lo cómico y lo filosófico:
Hoy llegó el periódico. En contra de su voluntad lo doblé, coloqué sobre la mesa e, ignorándolo, bebí café.
También hay otro subgénero, de igual importancia y estilo parecido: los apuntes. Son bosquejos que reflejan la percepción de lo inmediato, lo fugaz y se plasman, a veces, de manera burda, y otras, de forma fina y delicada. Leídos secuencialmente, otorgan tanta información como un diario extenso.
El diario urbano representa una especialidad y puede llegar a crear una imagen concreta de la vida en la ciudad, una que retrate la compleja amalgama psicológica y arquitectónica.
Por último, tenemos el estilo de escritura más deleznable de todos: el aburrido, el soporífero, el gran estilo capaz de llevar a las personas a un estado de coma prolongado y hasta perpetuo. Este tipo de crónicas uno debe leerlas para darnos cuenta que nuestras vidas son infinitamente más interesantes que las de esos autores. Ejemplos, hay tantos.
Tomando en cuenta todo lo anterior, me pregunto cuál será el mejor estilo para escribir un diario. Para mí puede ser una mezcla de todo lo descrito –exceptuando el notable estilo de aburrimiento y sopor– y así me queda claro que un buen diario, entendido este como un género literario propiamente, puede llegar a intercalar y entrelazar los siguientes elementos: 1. La frescura, sorpresa, espontaneidad, profundidad misteriosa de la introspección, la fluidez de una prosa bien estructurada, la honestidad del tono, contenido e intención y una parte descriptiva creíble.
2. Elementos de ficción –o interpretación– acordes con el texto, o sea no disparatados.
3. Atisbos de realidad imaginativa e inclusión de elementos poéticos.
4. Recuerdos.
5. La crónica objetiva, propiamente, aquella que depende de una arquitectura conformada por un espacio y un tiempo definidos: un viaje, una narrativa de la vida cotidiana, la crónica de un evento, etcétera.
Habrá quien argumente que tal combinación de elementos bien podría ser característico de la novela, pero tal no es el caso, pues el elemento personal es distintivo del diario, y en él predominan la apreciación y tono personal, justa y precisamente. Sí: se puede elaborar una novela a partir de un diario, pero éste seguirá siendo lo que es.
En resumen: es cuestión de cuidar las proporciones; un exceso de ficción o de elementos subjetivos o cualquier cosa que desequilibre la esencia de lo que hemos definido como Diario tenderá a desbarajustar el resultado final, transformándolo en vaya usted a saber qué. O sea, debe ser creíble, ante todo. No importa meterle al texto elementos no objetivos siempre y cuando se respeten las proporciones.
Entonces: mi diario perfecto sería ir vaciando lo que me ocurre todos los días (en mi casa, en un viaje, en un evento; donde sea), resumiendo lo ocurrido en un periodo de tiempo, incorporando los elementos ya enumerados y, más adelante, editarlos para crear una obra concisa. Puede dividirse en días, en horas, en semanas; lo importante es no extenderse mucho ni caer en las simplificaciones y reducciones propias de otros géneros.
El caso es que yo sencillamente no puedo llevar un puto diario: se requiere disciplina y concentración y eso nomás no lo tengo. Pero lo invito a que lo intente.