Pues eso, que tenemos un problema con nuestra manera de leer. Y no solo estoy hablando de la estadística que habla sobre nuestros hábitos de lectura, eso ya quedó claro: no somos un país de lectores. Me refiero a que ni leemos de manera constante y cuando lo hacemos, es mugrero. Además, leemos mal.
Se dice que la gente no lee porque:
-En casa no hay estímulo.
-En la escuela ni el plan educativo lo contempla ni a los maestros les quita el sueño ponerse a pensar en el tema.
-No se lo toma uno en serio; ¿la cosa es entretenerse, no? Con el celular tienes.
-Las lecturas asignadas no son las correctas, ni para la edad ni por el contenido.
-Nunca se estableció la necesidad de crear el hábito desde niño.
-Leemos sin sentido y sin guía.
Yo creo que hay un poquito de todo lo anterior.
En México hay muchos clubes de lectura; gente que se reúne a comentar textos leídos y a analizarlos. Eso es muy bueno, pero lo que se necesita es algo con más espectro de acción, algo mucho más grande: una campaña nacional. Y esta campaña involucra: actividades de lectura en casa, cursos online y presenciales, una agenda concreta dentro del plan de estudios oficial y un bombardeo constante en redes sociales.
Se ha hecho en otras ocasiones; con el tema del ahorro de agua, con el uso del condón, con lo del cubrebocas durante la pandemia y muchas otras campañas. Una presencia constante siempre va a tener un efecto real, medible y efectivo.
Pero no todo son campañas: éstas solo representan la manifestación de una arquitectura más profunda, la de una idea que surge como una necesidad. Se llama educación. La diferencia entre una campaña para formar el hábito de la lectura de una específicamente pedagógica, es su esencia: con la lectura libre uno desarrolla esta sensación de libertad, de poder elegir lo que te salga del forro de las pelotas. Es otro tipo de aprendizaje, de vivencia, y genera otros resultados. Se vuelve uno más tolerante, más reflexivo y decididamente menos pendejo y fanático.
Claro que la lectura, como el alcohol, tiene este doble valor: se puede consumir solo o en grupo. Ambas prácticas generan efectos distintos. Me refiero a la lectura, que el alcohol es otra cosa, aunque mezclar ambas actividades a veces resulta interesante. Cuando uno lee solo, se da un tipo de introspección y de claridad que nos lleva a descubrimientos íntimos, más relacionados con nuestras emociones y recuerdos, en tanto que la cooparticipación e intercambio de la experiencia de lectura promueve, además de lazos sociales más estrechos, una tolerancia y un mecanismo político que nos es intrínseco. Se mueven ideas, se generan escenarios probables para la creación de otras realidades o para resolver problemas actuales.
Propongo lo siguiente; leer una novela en estos tiempos representa una inversión de tiempo tremenda. Me parece que pequeños cursos de cuentos –y textos– breves pueden lograr más por acercar a la gente a la lectura que mamotretos con miles de páginas. Y de cuentos, hay de todo y para todos, por lo que armar una agenda no sería nada difícil. En cuanto a los temas, eso lo vemos después.
Pero, volviendo a lo de una campaña nacional, es algo que se tiene que hacer, queriendo y no, porque el escenario de la educación pública en este país es oscuro y no parece que vaya a traer nada bueno a largo plazo. Hay que recurrir a otras soluciones para enderezar el asunto.
Y luego está el tema de saber discernir lecturas buenas e importantes de la abundantísima basura que satura los anaqueles de las librerías. De eso también hablamos luego.
Por lo pronto lo invito, sencilla y directamente, a sentarse a leer y a compartir la experiencia, ya sea en redes o en grupos de amigos o vecinos. Hay que abrir las puertas de esos mundos maravillosos e insospechados que siempre están ahí, en espera de que alguien los exhiba.
Adrián Herrera