Cultura

Ciencia ficción

En la película clásica de los años cincuenta, The day the earth stood still, un alienígena y su robot llegan para advertirle a los gobernantes que, o se ponen de acuerdo para vivir en paz, o la humanidad terminará destruida. El título del filme puede traducirse más o menos como El día en que el planeta se paralizó. Bueno, pues eso es más o menos lo que está ocurriendo ahora. Fuera de toda ciencia ficción o modelo distópico-apocalíptico, nos ha paralizado el miedo y nuestra incapacidad para conjeturar una solución global orquestada. Porque pandemias y crisis hemos tenido muchas, pero nunca con este nivel de exposición mediática. Se han paralizado nuestro estilo de vida, expectativas, sueños y vida cotidiana en general. Todo se fue a la punta de la mierda. Este fenómeno viene con dos efectos distintivos: una reacción global y un efecto mediático como nunca se había visto.

Con todo, la pandemia, como fenómeno orgánico y psico-social y económico, ha traído más paranoia y confusión que cualquier otra cosa. No todos los países han tratado el asunto de la misma manera y esto por dos razones: ignorancia y falta de credibilidad del alcance de la magnitud de la enfermedad y, segundo, una ausencia efectiva de comunicación, de conexión global. Esto generó un caos. El fenómeno es tan complejo que vamos a tardar mucho tiempo en entenderlo.

Conforme avanza la crisis, los países aprenden a intercambiar información, a entenderse en términos de crear normativas y, más importante, en generar conciencia global para atacar problemas similares en el futuro.

Pero también están los generadores de esquemas apocalípticos, fake news y complots geopolíticos con intrigas biotecnológicas; es apabullante la cantidad de mamadas que se han generado. Dejemos todo eso para crear literatura y cine, no para creérselo, coño.

Antes, las historias y noticias se propagaban de boca en boca. Ya sea a través de juglares o de merolicos, el mensaje llegaba. Después vino la imprenta y fue mucho más fácil, pues el mensaje llegaba igual aquí y allá. Un tiempo después apareció el telégrafo. Y después el teléfono y el radio. Y la tele. Y, puta madre, esa megaalucinación del internet. Ha pasado un buen rato después de aquellas rocas talladas y de las pinturas en la caverna. Entonces, me parece que queda más que claro el efecto tan distinto –y distante– entre una tradición oral –sin escritura permanente– al internet: abismal.

Y ese efecto es precisamente el que hace que las cosas se vivan de otra manera.

Uno no se comporta igual estando solo frente a una computadora leyendo una noticia que comentándola con su pareja o su grupo de amigos. A partir de ahí, el fenómeno se hace más extensivo y las reglas cambian; entonces somos proclives a una serie de reacciones y sensaciones que, como individuos, no son tan intensas u obvias. Lo peor es que se transmiten de manera inmediata y vertiginosa a través de las redes sociales, televisión, radio y medios impresos y la reacción se vuelve incontrolable. Así, cabe preguntar: ¿qué tanto de lo que ocurre realmente es así y qué tanto se amplifica, minimiza o distorsiona en los medios? Si algo hemos aprendido con esta crisis, es que existe mucha confusión; jefes de Estado contradiciéndose, ignorando el problema o propagando soluciones mágicas, secretarías y ministerios de salud diciendo una cosa un día y al otro declarando lo contrario, investigadores, premios Nobel incluso, publicando disparates, médicos especialistas dándose de hostias por imponer su punto de vista (y ambos aparentan ser válidos), países que juran haber erradicado el problema, exhibiendo preocupantes estadísticas, prensa sin tener idea de qué publicar, científicos diciendo que la crisis va a durar más tiempo y, lo peor: una gran mayoría de personas escuchando una y otra opinión sin saber qué mierda hacer o a quién creerle.

Confusión.

¿Por qué antes no se había dado este efecto? Pregunto porque pandemias parecidas las hemos tenido y no encuentro una razón que explique esta confusión global. ¿Nos estaremos volviendo locos? Recuerde que le dije que no era el mismo comportamiento el de una persona o su grupo de amigos al de una sociedad, y menos al de un mundo conectado por el internet. A lo mejor todo esto es una especie de psicopatología virtualmente exponenciada, o sea: una locura planetaria. Recuerde que la conciencia humana es otra a partir del internet, ya no pensamos de la misma manera regional y focalizada de antes. Entonces, es lógico suponer que bajo ese esquema se den problemas propios de sus funciones y su naturaleza. Y esa locura es tan real como la que experimentan los individuos.

El problema, además del económico, el político y el local, es justamente la reacción psicosocial catalizada y transformada a través de y por lo virtual. Y no tiene que ver con el virus: se va a repetir con el pretexto que usted quiera.

Hemos creado un monstruo virtual, no lo entendemos y nos está destruyendo.

Y esto ya no es ciencia ficción: hemos llegado al límite de las distopías y los escenarios preapocalípticos.

Nos queda poco tiempo.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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