Cultura

Cana

Mi barba siempre ha sido negra; de un oscuro intenso y con un brillo elegante, resalta mi personalidad. Estoy orgulloso de ella, me hace sentir joven y viril. Pero esa mañana algo ocurrió; una cana pequeña, delicada y de un plateado brillante resaltaba desde el centro de la barbilla. Incrédulo, me acerqué al espejo y con una lupa confirmé que, efectivamente, se trataba de una horrorosa y descolorida cana. Sentí por primera vez el toque inevitable del tiempo; la vejez despertó de algún sitio dentro de mí, un lugar oscuro, frío e insondable. Tomé unas pinzas. Maniobré por entre la espesura de mis negras barbas y di con la raíz de aquella descolorida intrusa. Apreté la herramienta sobre el pelo y di un tirón certero: la cana se desprendió y mi barba volvió a ser totalmente negra. Deposité cuidadosamente aquel cabello en una cajita de vidrio para poder archivarla y así recordar, con horror, mi primera cana.

Esa noche festejé. Enfrié la botella de champán, preparé bocadillos de pescado y cangrejo, confeccioné postres y encendí la radio. La estaba pasando bien cuando de pronto sentí la barbilla húmeda. Creyendo que se trataba de un residuo de vino, me sequé con un pañuelo. Minutos después volví a sentir aquella humedad saturando mi barba. Fui al baño y al inspeccionarme en el espejo descubrí el origen de aquella humedad: una sustancia emanaba, gota a gota, de un minúsculo agujero, justo donde había estado la cana que me había extirpado apenas esa mañana. Apreté la piel alrededor del orificio y un líquido blancuzco con tonos plateados emergió. Al contacto con el aire se vuelve pegajoso y es de consistencia mucilaginosa. Lavé el área con agua, desinfecté con alcohol y terminé aplicando una crema medicada. Justo antes de salir, eché una mirada rápida a la cana durmiendo en su féretro de cristal, envuelta en un halo de pureza y silencio. Regresé al festejo y después me fui a dormir.

A la mañana siguiente me levanté muy desmejorado, golpeado por el alcohol y el desvelo. Bebí agua, desayuné y me ejercité. Pero no logré aguantar la agenda habitual; normalmente corro 4 kilómetros y antes de completar el primero ya estaba abatido. Regresé a casa y bebí jugo de naranja, esperando que el shot de azúcar y cítrico me levantara, pero nada de eso ocurrió. “Debe ser la cruda”, pensé, y así decidí quedarme ese día tumbado en la cama, reponiéndome. Esa noche tuve fiebre y pasé la velada envuelto en pesadillas terribles. Cuando me desperté eran casi las 11, ¡nunca me había pasado esto! Me levanté con mucho esfuerzo y fui al baño a orinar, pero sentí una punzada aguda seguido de un temblor. Entonces me miré al espejo y lo que vi me horrorizó: un rostro demacrado, chupado y acorchado. Pero lo más aterrador fue mi barba: ¡estaba completamente blanca! Un anciano. Un viejo decrepito y acabado. También descubrí que veía borroso y que seguramente necesitaría lentes para ver tanto de cerca como de lejos. “Pero esto no puede ser”, me dije a mí mismo, “tengo 28 años”. Pues sí, con esa edad parecía y me sentía como de 80. De inmediato agendé cita con el doctor. “Mañana a las 10 por favor”, confirmó la secretaria. ¿Mañana a las 10? Por dios, ¡mañana a esa hora bien podré estar muerto! Lo peor es que no hay nada en el botiquín que pueda tomar para controlar este fenómeno, no sé qué hacer. Caminé con dificultad hacia la sala, me senté en el reclinable, abrí mi computadora portátil y me puse a investigar.

“Envejecimiento instantáneo. Proceso misterioso y que afecta a un pequeño porcentaje de la población. Nuevos descubrimientos suponen que proviene de un pequeño bulbo adherido al diafragma, en la cavidad abdominal. De dicha estructura emergen túbulos que se conectan con la red linfática del cuerpo y envuelven vísceras, huesos y tejido muscular por igual y desembocan en la piel. La sustancia generada en dicho bulbo se genera en vacuolas especializadas, donde es secretada de manera natural, progresiva y de acuerdo a los movimientos planetarios y al promedio de vida de la especie. Se sabe que existen estímulos especiales que logran acelerar este proceso de manera vertiginosa, provocando un envejecimiento inmediato. Cuando esto ocurre, el paciente muere en cuestión de días. No hay manera de detener o revertir el proceso”.

Subo a la habitación. Echo un vistazo a la hermosa cana plateada que reposa dentro de su cajita de cristal. Es hermosa. Como una fina pincelada dada por un ángel. Me rasuro. Una maraña de pelos blancos cae en el lavamanos. Mi rostro empeora. No me reconozco. Me siento tan débil. Me cuesta trabajo tragar y me estoy quedando ciego. He perdido la memoria. Siento la próstata inflamada y orino sangre. Con trabajos regreso a la sala y me recuesto en el reclinable. Ahora siento mi corazón latir de manera errática; esto no va nada bien. Llamo a emergencias, ayuda por favor, me muero.

Cuando llegaron los paramédicos, encontraron un cuerpo momificado –haciéndose polvo– recostado sobre un sofá.

En el baño de la alcoba, una diminuta y brillante cana plateada duerme silenciosa en un pequeño féretro de cristal.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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