“Los hombres sensatos no ven en los brujos sino a unos impostores, charlatanes, bellacos, maniáticos, locos, hipocondriacos o tunos que, desesperados por darse alguna importancia por su propio mérito, se hacen notables por el terror que inspiran en el estúpido vulgo y en los imbéciles”.
Jacques Collin de Plancy
En el Mercado Juárez hay una serie de tendajos de medicina naturista, yerberías y artes ocultas. También hay changarritos y cubículos con brujos y adivinas que te leen el Tarot, la mano, el café y toda la gama de artes adivinatorias. Unos interpretan el futuro y otros ven el pasado, en busca de claves que expliquen la situación actual de las personas. Y luego está la necromancia y sus canales para comunicarse con los fallecidos.
Sobra decir que me he sometido varias veces a estos procedimientos, y siempre recibo resultados distintos. No se trata de que “funcionen” o de que le atinen, va más allá. Incluso la psicología puede tomarse como una continuación de estos delirios primitivos, pero con el elemento científico insertado de una manera, llamémosle “interesante”.
Vivimos en esta burbuja de ensoñación imaginativa que nos acompaña desde hace milenios y que vamos constantemente actualizando. Es parte de nuestra naturaleza.
Se dice que el propósito de la magia es colocar al hombre al mismo nivel que Dios y que el de la ciencia consiste en ubicarlo por encima de él. De ahí que el cículo mágico y el ritual de invocación demoniaca del profesor Fausto hable acerca no de venderle su alma al diablo por conocimiento, sino de renunciar a la religión a través de un proceso mágico para entrar de lleno a la racionalidad, la ciencia, el pensamiento crítico. El mito del doctor Fausto es, de hecho, el punto central de rompimiento con la superstición ancestral. Es un intercambio del alma por la razón.
Claro que no todo es pensamiento racional. Hay muchas maneras de percibir el mundo, de entenderlo. Sin embargo, el acercamiento racional es fundamental para establecer conjeturas objetivas, prácticas. Pero intentar comprender nuestro lugar en el universo no es posible solo con los poderes de la razón.
Fuego. Crear y controlar el fuego es el principio de la magia. El control de la energía representa el fundamento de nuestro avance. Representa también nuestro conocimiento íntimo de la materia. Pienso que la verdadera magia se concentra en el conocimiento del mundo cuántico, en el tejido esencial de la materia. Lo demás son derivaciones.
Pero por encima de esos mundos infinitesimales está la realidad imaginativa, capaz de crear realidades alternativas: mucha gente vive inmersa en estos ritualitos cotidianos, unos asociados a la religión y otros a creencias paganas. Encienden cirios y veladoras, pasean humeantes sahumerios y popoxcomitles invocando deidades ancestrales y antropológicas, y entonan cánticos que los meten en estados de trance cuyo objetivo es alcanzar visiones y tener experiencias místicas y revelaciones.
Vivimos entre realidades extrañas, estrambóticas: las que están ahí, a la vista y aún ocultas, y las que nos creamos para intentar alcanzar una idea concisa y concreta del mundo y de nosotros en él.
No podemos eludir la superstición. La hemos hecho a un lado porque contraviene a los mecanismos intrínsecos de la ciencia y la racionalidad, pero tiene su lugar, su función. Es parte de un proceso profundo, trascendente. Hay que negociar con él.
Porque todo, todo es extraño aquí.
Y nunca vamos a dejar de creer en cosas raras.
Al final todo es magia y brujería, de una forma u otra.
Adrián Herrera