Hoy cumplo 54 años. No sé qué hacer con eso. Siempre he creído que llevar cuenta de los años que vamos acumulando no sirve de mucho. No podría asegurar que siento, pienso y me comporto como una persona de esa edad –mi mujer me ve como un adolescente– como tampoco estoy seguro de cómo se supone que debo hacer a esta edad.
¿Cómo evaluar nuestras vidas cuando nos ponemos a pensar en ello? Algunos dirán que por el dinero recolectado, otros que por la satisfacción de haber concretado un sueño, otros más pensarán que haber alcanzado la felicidad es razón suficiente para justificar su andar por la vida y habrá quienes sostengan que nada de eso importa, que lo único relevante es trabajar y ver pasar el tiempo. Lo cierto es que llevamos milenios preguntándonos esto, así que no le crean a nadie que llegue con un as bajo la manga a decir que ya, por fin, resolvió el tema. No mamen.
Yo pienso que la vida es una mezcla entre ser y hacer. En cuanto a lo primero, lo más importante es referirse a uno mismo como una estructura cambiante; reconocer y aceptar estos cambios quizá sea la tarea más difícil. Lo de hacer y lograr cosas es relativamente fácil: se entrena uno en lo que le gusta, lo hace de manera constante y disciplinada, te das un tiempo para experimentar y actualizar tu arte y listo. Luego de 20 años eres un puto maestro.
Pero lo de “ser” es, por mucho, más complicado. Verá; la mayoría de las personas no piensan en ello. Prefieren ser inquilinos de un sistema que les garantiza un día libre a la semana –vacaciones anuales–, seguro médico, comida y vestimenta decentes, amigos, familia y entretenimiento. Ah, y teléfono celular. Cuando vienen partidos de futbol relevantes el reto es organizar las viandas correspondientes y dejarse arrebatar por el fanatismo y las euforias del momento. No más. A poca gente se le ocurre que puede invertir su tiempo en cosas provechosas. En mi caso, mi gusto y preferencia es por la lectura, la fotografía y, claro, la cocina. Prefiero estar más o menos desconectado de las cosas y de la gente, salir al monte y encerrarme en mi casa con mis libros y mi cocina. Atender los negocios y compromisos, claro, pero prefiero estar solo y que no me estén chingando.
Tengo una fijación por hacer cosas y que esos resultados validen de cierta manera mi existencia. Al mismo tiempo reconozco que debo pasar más tiempo en estados contemplativos e introspectivos, pero sin caer en el esquema artificial y estéril de no poder gozar la vida y sus momentos por estar esperando que algo inusual o extraordinario ocurra, como una revelación o una epifanía. El amanecer vivo y sin hemorroides ya es un evento extraordinario en sí mismo.
En cuanto a mi estado de salud, padezco del manguito rotador (el hombro derecho), tengo algo de sobrepeso (no hago mucho ejercicio), tomo medicamentos para el azúcar y grasas, bebo demasiado y a veces amanezco con el cuello torcido. Pero no le presto mucha atención a esas cosas porque tengo proyectos que sacar adelante y no me dejo asustar por nimiedades fisiológicas que, me queda claro, se van a poner cada vez más intensas y dramáticas.
Siempre consideré que si tu edad doblada por dos salía del promedio de vida de las personas, estabas en una recta empinada y final. O sea: si tienes 54, multiplicado por dos da 108 años. Entonces, ya estoy más pa’ allá que pa’ acá.
¿Cuánto tiempo me queda? Sepa la madre. Los promedios y la estadística nada tienen que ver con lo que nos pasa a cada uno. Uno se muere y enferma con y sin motivos. Así es esto.
Lo que sí puedo hacer hoy, es una carnita asada, con vino, whisky, puros dominicanos y música. Eso o encerrarme en el baño a llorar, a lamentar las cosas que pude haber hecho, a esperar a que me erupte una hemorroide y a planear mi funeral.
Se me hace que voy preparando la carne y prendiendo el asador, y si la muerte quiere pararse a echar un taco y evaluar la situación, adelante.
Adrián Herrera