Por: Carlos Eduardo Pérez Márquez
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Partiendo de la premisa de que el PP-CDMX se trata de un ejercicio de democracia participativa, es imperativo tener en consideración algunos de los preceptos que supone la teoría para su correcto diseño y desarrollo. Al no ser un ejercicio en el cual se elijan representantes o se decida sobre alguna cuestión de la agenda pública (como sucedería en una consulta popular, referéndum o plebiscito), los presupuestos participativos requieren tanto de una delimitación geográfica —con el objetivo de desarrollar propuestas aplicables a objetivos específicos— como del involucramiento ciudadano para la discusión de problemas, proposición de soluciones, deliberación de alternativas, difusión de información y participación electoral. Ambas cuestiones suponen barreras de entrada y de desarrollo de la comunicación. Por un lado, la delimitación geográfica constriñe las posibilidades de conocimiento de los proyectos propuestos o a desarrollar en las colonias, pues si bien la ciudadanía habita en comunidades específicas, no es posible asumir que su vida diaria, sus espacios de recreación, sus fuentes de información o sus relacionamientos estén vinculados con su vecindario. Esta condición está relacionada a su vez con las barreras de comunicación, pues una mala estrategia de comunicación por parte de la comunidad vecinal, o de los actores involucrados en su desarrollo, puede derivar en el desconocimiento general de las propuestas elaboradas para el beneficio de la comunidad.