Por: Kathya Millares
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
La primera advertencia aparece en una pantalla del Metrobús. En el mensaje se pide a los usuarios que no coloquen sus pertenencias en los bolsillos traseros, que eviten distraerse mientras usan el celular o los audífonos. Luego aparece otra evidencia de que el exceso de confianza no está permitido en este viaje: en la estación Chabacano, de la Línea 9 del metro, mujeres y hombres policías clavan en el aire indicaciones que gritan a todo pulmón. “Descienda por donde le corresponde, no deje el celular en su bolsillo, cierre bien su mochila, cuide sus pertenencias; no rebase la línea amarilla, evite accidentes”. Hay otro detalle que inquieta: en los andenes ahora también hay elementos de seguridad cuyo uniforme guarda ciertas similitudes con el de los granaderos. Cuando observan a alguien sospechoso, ellos son quienes lo bajan del vagón, lo alejan del andén y lo empiezan a catear y a interrogar. Con todas estas sentencias en la cabeza, viajar tres estaciones hasta Velódromo parece una decisión absurda. Ni qué decir de la falta de sana distancia entre cuerpo y cuerpo, del sudor que moja la frente y se acumula en la nuca porque no sirven los ventiladores y algunas ventanillas no se pueden abrir. En estas condiciones se tiene que decidir si se cuidan las “pertenencias” o si se procura que las manos se aferren a algo para sostenerse.