Por: César Velázquez Guadarrama
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
La evidencia empírica muestra que —al igual que en muchas otras partes del mundo— el Programa de escuelas de tiempo completo estaba teniendo un impacto positivo en las niñas y en los niños de México, y que el efecto era mayor en escuelas en localidades marginadas. Por lo tanto, es difícil pensar que el programa desapareció por falta de buenos resultados. Pero además de la mejora en los logros académicos de los estudiantes, vale la pena resaltar dos beneficios adicionales de carácter social del Programa de escuelas de tiempo completo. El primero es el efecto en la nutrición de las niñas y de los niños que reciben alimentos. Esto no es una cosa menor en un país que al mismo tiempo padece de problemas de desnutrición y de sobrepeso. El segundo es la oportunidad que la jornada ampliada da a las madres y a los padres para poder insertarse en el mercado laboral con mayor libertad. No todas las familias tienen la posibilidad de que uno de sus miembros pueda ir a recoger a las niñas y a los niños y cuidarlos mientras la mamá o el papá trabajan. Esto es aún más cierto para el caso de los hogares con jefatura femenina y en los que no existe un padre. Muy posiblemente tener que recoger a su hija o hijo y cuidarlo obligará a muchas mujeres a buscar un empleo o una actividad laboral con horarios más flexibles pero con menores ingresos.