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Un desayuno con Evo Morales, el presidente indígena

FT Mercados

El mandatario boliviano habla de su cuarta reelección, de la economía y de sus dos pasiones fuera de la política: jugar futbol y cultivar coca.

Evo Morales devora otra tira de chicharrón y se chupa los dedos. El presidente en funciones durante más tiempo de América Latina, parece estar saboreando no solo la montaña de carne de cerdo frita ante nosotros, sino también su polémica cuarta victoria electoral.

 Estamos sentados en una mesa de metal oxidada en una remota aldea en el centro de Bolivia, donde este hombre de 59 años de edad acaba de pronunciar un apasionado discurso. Como es habitual, la recepción fue cálida. “La gente me dice: ‘Evo, si te va bien, nos va bien’”, menciona el mandatario.

He estado con el presidente desde el amanecer, cuando comenzó su día en la capital administrativa, La Paz. Fuimos por carretera hasta El Alto, donde se dirigió a un grupo de jóvenes de su partido, Movimiento al Socialismo (MAS), antes de abordar el avión presidencial y volar 200 kilómetros al sureste hacia Oruro.


 Después se puso al volante de una Land Cruiser durante dos horas. En casi todas las paradas, las personas nos ofrecían tazones de quinoa con queso fresco rallado. “¿Es lo suficientemente sofisticado para un almuerzo con un periódico ‘gringo’?”, bromeó Morales. Me pregunto si el presidente se ha enterado de la popularidad de la quinoa en el mundo capitalista de Estados Unidos y Europa.

Acababan de pasar las tres de la tarde cuando nos detuvimos para el almuerzo, preparado bajo una lona azul. Cuando nos acercamos, una mujer quechua vestida con un delantal rosa sacó un trozo de carne de cerdo de una olla profunda de aluminio y lo colocó en una bandeja de plástico, emocionada de poderle servir comida a “mi hermano presidente”. “¡Come, come!”, dice Morales. 

“Vamos a ver si puedes mantener el ritmo, porque tenemos más actividades”. Se ríe de mi agotamiento y señala las ampollas sangrantes en sus pies. “Tengo que usar sandalias porque he estado caminando mucho”. Me siento cohibido por mis pesadas botas Blundstone.

Morales está acostumbrado al trabajo duro. A los cinco años, ya estaba pastoreando llamas en la fría meseta de Orinoca, en el oeste de Bolivia. Ha sido trompetista, cocalero y sindicalista combativo.

 En el año 2006, cuando asumió la presidencia como el primer presidente indígena, fue un momento histórico, en túnicas propias de un emperador, recibió el bastón de jefe tribal en las ruinas pre-incas de Tiwanaku.

Morales es uno de los sobrevivientes de la “Marea Rosa” de América Latina, con los gobiernos de izquierda que dominaron la región hasta hace cinco años, y apenas unas pocas horas con él son suficientes para demostrar que sus instintos como populista siguen siendo agudos. 

Quiero descubrir qué ha cambiado desde la última conversación que tuvimos en 2014, poco después de que ganó su tercer mandato, cuando me dijo que no planeaba reelegirse por cuarta vez. Me dijo que dedicaría su tiempo a sus dos pasiones fuera de la política, jugar al futbol y cultivar coca, un estimulante andino suave y tradicional en su forma no procesada.

Devoramos el cerdo —crujiente en el exterior, suave en el interior, totalmente grasiento y sabroso— y bebemos jugo de piña en vasos grandes de plástico. Detrás de nosotros los partidarios cantan “¡Evo para siempre!” Es una referencia a la disputa en 2016, cuando Morales perdió por estrecho margen un referéndum que le permitiría postularse una cuarta vez. Sin embargo, sin inmutarse, su partido argumentó que los límites de los términos violaban la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

Aunque Morales me dice que compite una vez más porque es una “solicitud del pueblo de Bolivia”, un número creciente de bolivianos no quieren que esté en la presidencia cinco años más. Morales obtuvo el triunfo en las elecciones de la primera vuelta el pasado 20 de octubre. 

Los críticos alegan que su ego se está descontrolando. Pero rechaza la idea de que se ha desarrollado un culto a la personalidad en torno a su presidencia. “Todavía soy un hombre humilde, nada ha cambiado, puedes juzgarlo por ti mismo”, dice. 

Mientras Morales me regaña por no comer como él, recurro a la economía. A pesar de los problemas habituales que acompañan a los gobiernos prolongados, la economía de Bolivia ha estado razonablemente bien administrada durante gran parte de su tiempo en el cargo. 

Entendió, a diferencia de Hugo Chávez en Venezuela, o los Kirchner en Argentina, que un crecimiento saludable le daría una valiosa autonomía. “Sin ser economista, he aprendido cuándo subsidiar y cuándo levantarlo. También debemos saber cuándo regular el precio de los servicios básicos como el agua y las telecomunicaciones. Por eso estamos mejor que nuestros vecinos”.

 Nuestra concentración se rompe con la llegada de miembros del partido. Resulta, para mi sorpresa, que nos esperan con un festín de conejillo de indias frito. Cuando nos levantamos de la mesa, Morales le pide a uno de sus asesores dinero para pagar. Le pido que me deje pagar la cuenta de acuerdo con la costumbre de Almuerzo con FT, algo que su ministro de comunicaciones me dijo que sería difícil. “El gringo argentino quiere pagar, doña”, se ríe Morales, mientras le doy un billete de 100 bolívares.

 Recuerdo que me dijo que la política era “una ciencia de sacrificio por la gente”. Las ampollas parecen dar testimonio de eso. “Mi gran deseo”, cuenta el mandatario, era retirarse y regresar a un área no muy lejos de aquí para “recordar todo por lo que hemos luchado”. Escuché esa misma frase hace cinco años.



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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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