En la década de 1980, mi padre, un ingeniero industrial que trabajaba en el ramo de los componentes automotrices en Indiana, estaba convencido de que Japón iba a conquistar el mundo.
Era la época en que el kaizen (metodología para la revisión de procesos en el sistema productivo empresarial) era la nueva moda más popular, Mitsubishi había comprado Rock Center y se estrenó la película Gung Ho, sobre la adquisición japonesa de una fábrica de automóviles estadunidense. Gung Ho, por cierto, ni siquiera es una palabra japonesa, sino una americanización chabacana de una frase china. ¿En la actualidad se puede estrenar una película con un título así? Lo dudo.
Por supuesto, mi padre no era el único con esa paranoia, pero era más tenaz y estaba más alerta al respecto que la mayoría. Me obligó a tomar clases de japonés con él durante un año en una universidad cercana, algo que a su vez me permitió (casi) poder saludar a mis colegas del Nikkei en su lengua materna. Mientras tanto, la idea de la conquista global japonesa se ha convertido en un meme retro.

¿Por qué menciono todo esto? Porque los estadunidenses ya desde hace tiempo andan con la paranoia de que China les va a comer el mandado, y esta creencia popular ahora está en tela de juicio. La semana pasada, Mohamed El-Erian, colaborador de Financial Times, presentó muy bien los argumentos en contra, al exponer que los altísimos niveles de deuda, la desvinculación con EU y el exceso de autocracia ponen en duda la idea de que China acabe convirtiéndose en la mayor economía del mundo.
Entonces, ¿se trata de un caso en el que China se está volviendo japonesa, al menos en lo que se refiere a su dominio mundial? Es muy posible. Como Torsten Sløk, de Apollo, expuso la semana pasada en una magnífica presentación en PowerPoint a los inversionistas, la desaceleración de las exportaciones, la deflación del mercado inmobiliario y el deterioro demográfico amenazan seriamente el ascenso de China. Dos de las estadísticas que más llaman la atención: la relación entre el precio de la vivienda y los ingresos es cinco veces mayor en Shanghái que en Nueva York, y el desempleo juvenil supera 20 por ciento.
En cierto modo, esto valida el modelo económico estadunidense en relación con China (en particular, su descentralización), y crea un margen de maniobra para que los funcionarios estadunidenses negocien con dureza aspectos como la transferencia de tecnología, los aranceles o los estándares laborales y ambientales. China es, por mucho, el país asiático más grande y excepcional que ha intentado salir de la trampa de los medianos ingresos. No está claro que esto vaya a tener éxito si el país apuesta su futuro a una alianza autocrática con Estados como Rusia, o con mercados emergentes con problemas económicos.
Pero si China no puede manejar la transición, ¿qué significa eso para Estados Unidos? La participación de China en el crecimiento global es mucho mayor ahora que hace dos décadas. Es uno de los principales destinos de exportación para ocho de los países del G20, incluido EU. Si bien la desvinculación entre el comercio y los mercados financieros continuará (en mi opinión) con una velocidad aún mayor en el futuro, tomará tiempo crear la redundancia del mercado que ayudará a compensar la inflación de los insumos que es parte del pago del verdadero costo (en términos de mercado laboral decente y estándares de carbono) para bienes globales.
Luego está la cuestión de Taiwán. ¿Un país de China económicamente tambaleante se convertirá en un Partido Comunista más agresivo? Mi mejor estimación es que el costo de la invasión de Rusia a Ucrania disuadió a Pekín de iniciar en el corto plazo cualquier tipo de guerra caliente en el Mar de China Meridional. Y los canales de comunicación entre Washington y Pekín están mejorando de cierta manera (aunque escuché que muchos subsecretarios de la Casa Blanca carecen de interlocutores claros en el gobierno de Xi Jinping).
Entonces, ¿la desaceleración de China que va a significar para el resto del mundo? Económicamente, será peor para los mercados emergentes y, en menor medida, para Europa que para EU. Desde el punto de vista político, creo que es ligeramente positivo para Estados Unidos, en términos de poder de negociación y de capacidad para mantener el dólar como moneda de reserva frente a un país de China más débil. Peter, ¿qué opinas?
Lecturas recomendadas
-El reportaje de The Economist sobre la investigación de la Encuesta Mundial de Valores, que muestra que los valores de diversos países y regiones no necesariamente convergen a medida que se enriquecen, es una prueba más de que el consenso neoliberal sobre este tema era erróneo. Como argumento en mi libro Homecoming, el lugar sí es importante.
Además, siguiendo con mi nota anterior, no me sorprende ver que China está tratando de socavar el dólar, como se informa en una serie de publicaciones de Financial Times. La rapidez con que esto ocurra es otra cuestión. Como ya había escrito en 2020, hace tiempo que nos dirigimos hacia un mundo posdólar, aunque el billete verde mantendrá su posición como divisa mundial sobresaliente mientras la política estadunidense se mantenga unida y nuestra economía siga siendo la camisa sucia más limpia del clóset.
- Por otro lado, estoy leyendo la nueva biografía de Walter Isaacson sobre el empresario multimillonario Elon Musk, que voy a reseñar esta semana en Financial Times, así que hay mucho que decir. Por ahora, echen un vistazo a la foto de la página web de la editorial del diario y díganme si les parece demasiado aduladora. Me recuerda a la portada de Jobs.
Peter Spiegel responde
Rana, seré honesto contigo, considero que casi todos los análisis recientes de la trayectoria económica y geopolítica de China están muy infectados por el sesgo del status quo: cualquier cosa que actualmente esté ocurriendo en el Reino Medio inevitablemente sucederá para siempre.
Al comienzo de la pandemia de coronavirus hubo predicciones generalizadas de que, como autocracia controlada centralmente, China sería capaz de erradicar de manera más efectiva la propagación del covid-19 y, por tanto, saldría de la crisis sanitaria antes y más fuerte. Luego, la creencia generalizada cambió: las autocracias controladas centralmente son en realidad muy malas para contener las pandemias porque reprimen el libre flujo de información esencial y no pueden actuar con la suficiente rapidez para responder a una crisis que evoluciona con mucha rapidez.
Antes de la invasión de Rusia a Ucrania, Occidente padecía hiperinflación y un enfoque cada vez más mercantilista de los asuntos internacionales, lo que significaba que Pekín podía dividir con facilidad las alianzas democráticas mientras luchaban por acceder al mercado interno de rápido crecimiento de China. Ahora, la nación asiática sufre una creciente recesión en sus balances, con niveles de deuda desmesurados que están acabando con el crecimiento, y los aliados de Estados Unidos en Asia Oriental están cada vez más unidos contra la postura excesivamente agresiva de Xi Jinping en el Pacífico.
No todas esas suposiciones pueden ser ciertas, esa es la razón por la que me resisto a responder tu pregunta directamente, Rana. Es cierto que la crisis de China posterior a la pandemia durante el año pasado puso de manifiesto algunos problemas estructurales subestimados de su modelo económico, pero muchos de esos mismos problemas que citas existen desde hace años, incluso en momentos en que China estaba experimentando un verdadero avance económico.
Si tuviera que elegir un bando, todavía me gusta más la mano que tiene Occidente para jugar que la de Pekín. El capitalismo estadunidense demuestra, una vez más, que es maleable y resiliente frente a una pandemia, a la que le siguió un shock inflacionario, seguido de un rápido aumento de las tasas de interés. Geopolíticamente, los aliados estadunidenses en Europa y Asia se están rearmando con rapidez y compartiendo capacidades militares y de inteligencia a niveles casi sin precedente desde el fin de la Guerra Fría. Aun así, no voy a hacer una predicción sobre si la actual desaceleración de China es determinante en la actual rivalidad chino-estadunidense. Como al parecer declamó Zhou Enlai sobre el impacto de la Revolución Francesa: es demasiado pronto para decirlo.
Edward Luce está fuera por licencia para escribir un libro y volverá en octubre.
Sus comentarios
Y ahora unas palabras de nuestros lectores. En respuesta a:
“Hay que hacer más para moderar las expectativas de la diplomacia estadunidense en la región, diferenciando el contexto de la seguridad en Asia Oriental como distinto del Atlántico Norte y la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Los occidentales suponen que los aliados de Asia Oriental deben velar por sus intereses a través de una institución de seguridad colectiva (al estilo de la OTAN). Esto pasa por alto la profunda integración social y cultural en el Atlántico Norte que precedió a la OTAN, al tiempo que ignora la textura relativamente más laxa de las relaciones en Asia Oriental. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea existe desde 1952, pero no habrá un equivalente en Asia Oriental ni una institución regional de seguridad colectiva. Seamos realistas, la cooperación trilateral es una soberbia diplomacia por parte de Estados Unidos”. Fergal O’Shea.
