El titular dice mucho, y lo digo en serio. A finales de la semana pasada, la administración Trump llevó su conflicto con la Universidad de Harvard al siguiente nivel, revocando la capacidad de la escuela para matricular estudiantes internacionales. Una jueza federal emitió un bloqueo temporal a la orden, pero el Departamento de Seguridad Nacional, que generó la prohibición, declaró que Harvard trata de socavar el poder presidencial y que la Casa Blanca seguirá tratando de prohibir la inscripción de alumnos extranjeros.
Esto es, por supuesto, un desastre, no solo para una universidad donde cerca de una cuarta parte del cuerpo estudiantil proviene del extranjero y para muchas instituciones más con cifras aún mayores (en la escuela de mi hijo, Northeastern, 39 por ciento del alumnado es extranjero), sino para Estados Unidos, y punto.
Si ahora decimos que los mejores y los más brillantes no son bienvenidos aquí, entonces estamos acabados como nación.
Analicemos primero los factores económicos básicos. La inmigración representó aproximadamente la mitad del crecimiento de la población en edad laboral en EU entre 1995 y 2014. La inmigración también es la razón por la que no hemos tenido una inflación salarial significativa en los últimos años.
Más allá de estas obviedades, los inmigrantes con un alto nivel educativo y con movilidad social ascendente que llegan a Estados Unidos para cursar la educación superior son la base (o fue) del excepcionalismo estadunidense. Si bien los inmigrantes representan 13.6 por ciento de la población estadunidense, son ellos los que crean una cuarta parte de las nuevas empresas. De hecho, un estudio que realizó el año pasado el American Immigration Council (Consejo Estadunidense de Inmigración) encontró que 43.8 por ciento de las empresas de la lista Fortune 500 fueron fundadas por inmigrantes o sus hijos. La mano de obra migrante altamente cualificada impulsa el espíritu emprendedor en EU.
Mi propia familia pasó de la clase trabajadora a la media alta en una sola generación porque mi padre tuvo la oportunidad de venir a Estados Unidos desde Turquía y obtener una licenciatura y una maestría en ingeniería industrial y eléctrica, y después de eso fundó una empresa de fabricación que ha empleado a numerosos inmigrantes con movilidad social ascendente. Como él mismo me comenta a veces, probablemente no habría venido hoy, dado el clima hostil en EU y el hecho de que hay muchas más oportunidades para estudiantes inteligentes en el extranjero (de hecho, la proporción de estudiantes extranjeros en Estados Unidos ha estado disminuyendo desde hace tiempo, a medida que otros países los cortejan).
Obviamente, esto es un desastre económico en ciernes. Pero hay algunos otros puntos que destacar. Primero, por qué esta lucha no es ya una lucha mayor. Me intriga que todas las universidades no se hayan unido para luchar contra el desmantelamiento de Trump de escuelas individuales. Las diez grandes universidades del Medio Oeste con concesión de tierras lo han hecho, al decirle a la administración que si pelea contra una escuela, pelea contra todas. Pero los colegios de la Ivy League no hicieron lo mismo, ni tampoco las numerosas instituciones de artes liberales ricas que podrían verse en la mira. ¿A qué se debe esto? ¿Acaso creen que sus cuantiosas dotaciones las protegerán? ¿No pueden ponerse de acuerdo sobre cómo lidiar con la administración? Si algún lector tiene ideas o información al respecto, que la comparta.
En segundo lugar, si los empresarios estadunidenses no se unen y luchan contra esto, no sé qué los impulsará a hacerlo. Este es su grano de arena que se está desperdiciando ahora mismo. Y si las universidades no pueden matricular a estudiantes extranjeros, ¿cuánto tardarán las empresas en no poder emplearlos, y punto?
Por último, creo que esta medida puede ser incluso más peligrosa que lo que está sucediendo con los aranceles. Por muy absurdo que fuera el Día de la Liberación, se puede argumentar en principio de forma coherente a favor de algunos aranceles selectivos, y muchos países los utilizan ocasionalmente como parte de un conjunto de herramientas económicas más amplio. Aparte del valor de las noticias MAGA (Make America Great Again) al decir “mantengamos a los chicos chinos ricos y a los activistas estudiantiles extranjeros progresistas fuera del país”, no hay ninguna buena razón para esta medida contra las admisiones extranjeras de Harvard.
Más bien, esto parece ser otro dato más en la lenta caída de Estados Unidos hacia el fascismo (vale la pena leer el artículo de The New York Times escrito por académicos de Yale que estudian el tema y se van a Canadá).
Tengo la suerte de volver a estar con mi colega Edward Luce en Swamp Notes. Ed, ¿crees que esta medida es peor que los aranceles? ¿Cómo la clasificarías en términos de las cosas malas que ha hecho Trump? ¿Y qué presagia?
Lecturas recomendadas
-Charlotte Alter, de Time, tiene un ingenioso artículo de portada sobre cómo los demócratas se están replanteando todo a raíz de 2024. Se enfoca en particular en el senador de Connecticut Chris Murphy y el congresista de Massachusetts Jake Auchincloss, dos progresistas reflexivos que recibirán mucha más atención por sus ideas sobre el rumbo que debe tomar el partido.
-Me dolió (como seguidora de la administración Biden) leer la reseña de The Wall Street Journal sobre el nuevo libro de Jake Tapper y Alex Thompson, Original Sin: President Biden’s Decline, It’s Cover Up, and His Disastrous Decision to Run Again; sin embargo, planeo leer el libro, que me parece una historia política urgentemente necesaria de 2023-2024.
-Disfruté mucho el perfil que The New Yorker publicó sobre Dolly Parton (sí, soy su fan) y su largo matrimonio con el difunto Carl Dean.
-Y entonces, hay muchos buenos artículos en Financial Times esta semana: no se pierdan la aguda opinión de nuestro editor de asuntos exteriores Alec Russell sobre la política sudafricana, y la conversación en el “Almuerzo con” de nuestra editora Roula Khalaf con Sam Altman en su retiro campestre del Valle de Napa.
Edward Luce responde
Antes que nada, Rana, permíteme felicitarte por ser fan de Dolly Parton. Si las administraciones universitarias estadunidenses de todo el país tuvieran un ápice de su dinamismo y agallas, Trump estaría en desventaja.
Al igual que tú, me desconcierta que, en general, a Trump, Kristi Noem, la fiscal general Pam Bondi y otros se les permita eliminar universidades una por una, como lo hizo el mandatario republicano con los bufetes de abogados. Tendrían mucha más seguridad si fueran numerosos. El destino de Columbia, que se sometió a todas las exigencias del presidente estadunidense y sin obtener ningún indulto a cambio, ya debería haber impulsado la acción colectiva. Que esto no haya sucedido solo va a envalentonar a Trump. Una y otra vez, se nos recuerda que si actúas como una presa, Trump te devorará. Enfrentarse a él puede no tener éxito. Pero rendirse garantiza el fracaso.
En cuanto a cómo clasifico el ataque de Trump a Harvard con sus otras guerras que ha elegido contra las instituciones estadunidenses, me resulta difícil priorizar. Hay muchas yihads (acciones políticas y militares) de Trump que compiten por el primer premio. Pero estoy de acuerdo contigo en que el daño al atractivo de Estados Unidos como destino, a su futuro como líder mundial en investigación científica y médica y el daño a la economía, lo convierte en una categoría especial de insensatez.
Incluso si los tribunales anulan el ataque de Trump a Harvard, dudo que la opinión pública lo castigue por sus acciones. No hay un electorado popular que apoye a los estudiantes extranjeros ni a la libertad académica. A la gente le encanta odiar a las escuelas de la Ivy League. Que Trump intente destruir posiblemente la marca más valiosa de la educación basándose en el principio de “Estados Unidos Primero” es tonto y obsceno. Esto no tiene ningún aspecto positivo.