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  • El amor... cuando ellas pagan todo: más de 5 millones de mexicanos dependen de sus parejas mujeres

  • Son al menos 5.8 millones de varones que dependen económicamente de sus parejas mujeres. ¿Cómo viven esta situación ellas y ellos?
Pocos hombres reconocen que dependen económicamente de las mujeres. | Diseño: Samantha Martz

A los pocos días de que Karla y Juan comenzaron a vivir juntos, él se quedó sin empleo. No hubo dramas, al contrario, el novio tomó el despido como una oportunidad para cumplir el sueño de ser dueño de una cafetería. Vendió su camioneta, invirtió sus ahorros y le pidió dinero a ella: sería su socia, así que la luna de miel se inauguró con un acuerdo de negocios.

Compró mesas, sillas, máquinas y ‘baguettes’ para los clientes del sur de la Ciudad de México que llegaran al establecimiento, eran principalmente amigos solidarios que acudían para echarse un café y echarle porras al emprendedor que poco a poco empezaba a volar solo, mientras la novia se hacía cargo de la renta, luz, teléfono, internet, el súper…

“Yo pagaba todos los gastos de la casa, más el empleado [ayudante de él] en el entendido de que un negocio necesita tiempo para crecer, entre 15 mil, 20 mil pesos mensuales”, precisa Karla Hernández en entrevista con MILENIO. “A mí me iba muy bien en ese tiempo, tenía dos trabajos y podía hacerlo”.

Sin proponérselo, pero tomando al toro por los cuernos, cayó en una relación amorosa cuya estadística suele ser oscura: cuando la mujer es la que paga los gastos de su pareja.

La cifra oficial que existe actualmente en México sobre los hombres que dependen económicamente de sus parejas es de 5.8 millones, según la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) publicada en 2024, pero podría ser imprecisa.

Es vaga porque únicamente informa que son hombres el 13.7 por ciento de los 42.4 millones de “cuidadores de niños” en el hogar en México (es decir, los 5.8 millones mencionados), pero no especifica si quienes solventan los gastos de esos amos de casa son sus parejas mujeres.

Además, la estadística pasa por alto a los varones que no tienen hijos, a los novios que no alcanzan el nivel de vida de ellas o los que apuestan por un negocio sin éxito, como el caso de Juan.

Ellas mantienen: ¿modernidad o anomalía?

La ausencia de esos detalles en los números del Inegi tiene su lógica, explican académicos de estudios de género: aunque cada vez hay más hombres que no se acomplejan de ser sustentados económicamente por mujeres, pocos reconocen abiertamente que dependen de ellas para los gastos del día a día.

“Actualmente se aceptan más esas situaciones, pero sólo cuando ocurre por circunstancias específicas –que él se quede sin trabajo o algo así–, pero no como una regla”, señala el doctor Issac Alí Siles Bárcenas, analista del Centro de Investigación y Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“En el mejor de los casos se ve como una situación de acuerdo abierto, moderno, innovador en casos de crisis o urgencia y, en el peor, se considera una acción defectuosa e indeseable, abiertamente inconcebible, perniciosa o antinatural”, dice el sociólogo.

Karla y su novio estaban en ambos extremos. Después de un año, ella insistía en una posición de “pronto nos recuperaremos” y él en la negación de que su apuesta como empresario se encaminaba a la quiebra, sin clientes suficientes.

Cuando se venció el contrato de la renta del local, y harta de verlo cansado, ella habló muy seriamente con Juan, de no tener tiempo como novios porque él atendía la cafetería de lunes a sábado y el domingo se la pasaba durmiendo para recuperar fuerzas.

—Prefiero mantenerte a ti y que busques otra cosa. No quiero seguir pagando algo que no funciona y ni siquiera me dejas opinar sobre él –planteó ella.
—Si el negocio acaba mal, tú y yo vamos a estar mal porque me va a afectar — respondió él—, mejor me quedo con la cafetería, no soy ningún mantenido.

Pero las cuentas de Karla decían que el negocio iba por mal camino.

A los pocos días lo vio sacar la mitad de los bienes, la sala, el comedor, los electrodomésticos. Ella, a sus 25 años, se quedó con la cama y la cocina, sin entender muy bien lo que pasaba. 

No diría las razones de la separación a su familia hasta 10 años después: “No quería que me vieran como un fracaso: había sido la primera en mi familia que se iba a vivir con una pareja sin casarse y mucho menos quería que supieran que yo había pagado toda la relación”.

El investigador Siles considera que actitudes como la de Karla son comunes: se habla poco del amor cuando ellas pagan porque el mandato social de género es que el varón sea productivo, autosuficiente, protector y proveedor, no una carga.

“Se cree que eso es lo natural e incluso sacrosanto, algo que no se debe de alterar”.

Hace dos años, cuando Karla entendió mejor lo que había sucedido y le reclamó a Juan su falta de sensibilidad, él le ofreció disculpas y aceptó, por primera vez, que ella sí lo había mantenido.

Prefiero ser proveedor

Sentado en una banca del parque, Alejandro González, un plomero de 45 años, muerde un sándwich en su tiempo de descanso de la obra y recuerda el tiempo en que se quedó sin contratos y su esposa se empleó en una fábrica de muebles, además de la limpieza de casas.

Él no fue omiso: buscaba aquí y allá, pero sin resultados, eran los tiempos de la crisis por la burbuja inmobiliaria que se extendió desde Estados Unidos al mundo y, sin opciones, a Alejandro no le quedó de otra y se entregó al hogar.

Nunca le han gustado las parrandas o los amigotes, es un hombre de familia, de casa. No le pesó llevar a su hija a la escuela, cocinar, lavar trastes y ropa. Y ahí seguiría si no se hubiera aburrido, reconoce.

“Es muy pesado estar en la casa, cuando uno termina el quehacer ya no sabe qué hacer. Obviamente sales a jugar con los niños o te pones a ver una película pero… ¿y luego?”, describe.

Después de un año, prefirió regresar a las obras y llevar el gasto en lugar de ser el ‘rey del hogar’. Poco después ofreció a su esposa liberarla de trabajar como compensación por “los sacrificios de sus malos tiempos”. Ella aceptó y así siguen hasta hoy. Al finalizar sus deberes, la mujer se pone a bordar y todos a gusto.

“Todo a la normalidad”, concluye Alejandro con tranquilidad, presto para volver a la obra.

La tradición y la realidad

En los hogares mexicanos, como registra el Inegi, siguen siendo ellas las cuidadoras de las infancias de cero a cinco años (en 86.3 por ciento de los casos), y también de las infancias y adolescencias de seis a 17 años (en 81.7 por ciento).

“Esa es la tradición”, justifica Cristian Valencia, divorciado con tres hijos, a quien le gustaría encontrar una mujer dispuesta a dejar todo por él, incluso el empleo; de lo contrario, ella tendría triple labor: trabajar, limpiar la casa y atenderlo.
“Yo soy un guardia de seguridad privada que está fuera de casa mucho tiempo”.

Lejos de esa creencia, otras mujeres como Lilián Pérez, de 37 años, no ve problemas en sustentar a su pareja y hacer los quehaceres del hogar: “De todos modos eso hago por mí misma, no veo por qué no hacerlo por los dos, si tengo posibilidades y hay un proyecto en común”.

A esta profesional de la salud ayurveda (medicina tradicional india), actualmente soltera, no le ha molestado en relaciones pasadas pagar la cena o los viajes e incluso ha llegado a prestarle dinero a su pareja. “El problema a veces viene más de ellos: quieren ser los proveedores”.

Lilián sabe de hombres jóvenes que buscan amas de casa como esposas, como si fueran de la edad de su papá que la cuestiona cada vez que le presenta un novio y le pregunta: “¿y tiene cómo mantenerte?”.

“Tengo que valerme por mí misma siempre, ¿no?”, replica ella y su padre ya no insiste: sabe que crio a una hija independiente.

Los analistas de género observan que la edad, el nivel socioeconómico o educativo no influye en la aceptación del cambio de rol en los proveedores.

“Ser hombre es ser fuerte, cualquier cosa que te dé la sensación de que no lo estás siendo es mal visto en una sociedad mercantilizada donde la masculinidad está ligada al control y la autoridad, y muchos hombres se pueden sentir amenazados con perder el poder”, destaca Siles, de la UNAM.

El otro lado de la moneda son las mujeres que asumen el rol de patrocinar la vida en común, pero se sienten avergonzadas. Silia Rodríguez, psicóloga especialista en terapia cognitiva conductual y miembro de Casa Nishi Terán, observa que si bien los mexicanos buscan cada vez más relaciones de pareja equilibradas, a las personas que les toca uno u otro papel sin elegirlo les cuesta mucho trabajo asumirlo.

“Se trata de romper todo un esquema de pensamiento y es difícil”, dice Guadalupe, una mujer oriunda de San Luis Potosí que reconoce desde el anonimato que se siente “humillada” porque no sólo se hace cargo de los gastos de su casa, sino que constantemente tiene que darle dinero a su marido.
“Crecí en una familia donde mi mamá era muy sumisa y mi papá machista, pero también era buen proveedor a pesar de su alcoholismo; yo, en cambio, además de sumisa, pago las cuentas”, detalla Guadalupe. Respecto de su pareja, “mis amigas dicen: no lo necesitas, ¿por qué lo aguantas? Y no estoy segura por qué”.

Hay factores que podrían propiciar el cambio cultural derivado de una realidad económica que está en proceso. En el último reporte ocupacional del Inegi, se informó que actualmente hay 35.8 millones de hombres y 24.5 millones de mujeres con un trabajo formal.

Este incremento femenino en el mercado laboral les permite a ellas asumir roles de liderazgo en sus propios hogares. Este fenómeno acompaña a la necesidades y dificultades financieras que muchos hogares enfrentan, dado que el ingreso de los varones ya no es suficiente.

Por citar un ejemplo de ese cambio, las mujeres ya son propietarias de un tercio (36.6 por ciento) de los establecimientos micro, pequeños y medianos de manufacturas, comercio y servicios privados, según el Inegi, por lo que resulta casi inevitable el “empoderamiento” femenino en tales circunstancias.

De mutuo acuerdo: tú pagas, yo ‘coopero’

Roberto supo desde muy temprana edad que tendría que sacrificar muchas cosas si no quería hacer nada más que pintar al óleo. Y lo sigue sosteniendo a sus 38 años. “No voy a hacer nunca otra cosa”, advierte.

Con el paso del tiempo, la realidad le ha dado tremendos golpes: la vida de artista es de altibajos. A veces apenas tiene dinero para dos comidas al día y sigue viviendo con sus padres en el mismo departamento de su niñez, por lo que no tiene ahí un espacio para la intimidad del romance.

“Muchas chicas no quieren salir conmigo, pero no me importa”, sostiene. “Eso es parte de tener responsabilidad afectiva (ahora que se habla tanto de eso), yo lo asumo, no voy a llorar, sé lo que valgo y hay quienes sí quieren”.

Con una de esas mujeres a quienes no les importan las finanzas de sus parejas, hubo un acuerdo: serían amantes, ella pagaría todas las cuentas de ambos, desde la comida a los paseos, el hotel, el cine, los conciertos…

No fue algo hablado abiertamente. Se fue dando de manera natural después de conocerse en la sección de parejas de Facebook, donde él buscaba compañía sin prejuicios y así hizo match con Reina, de 33 años, y le pareció ideal.

“Vi sus fotos, no es que sea bellísima ni fea, tampoco cumple con todos mis gustos físicos, pero habemos (sic) hombres de mente abierta: así como nos puede gustar una chica joven, también una mujer que pueda tener casi la edad de nuestra madre, no estamos preguntándole sobre su edad, su dinero, cuánto gana ni a qué se dedica, nos importa que esté limpia y que quiera coger”, resume.

Roberto fue franco con Reina, le dijo que no tenía recursos para pagar y ella soltó el dinero sin decir nada, una dinámica que se ha mantenido junto con otras reglas durante dos años en los que ella ha ido y venido de Pachuca a la Ciudad de México, donde tiene su consultorio de medicina general.

“Yo solo buscaba sexo en esa plataforma y ella aceptó. Sabe que no podemos tener más, por mis circunstancias, a veces sólo tengo para lo básico, sabe que no nos vamos a casar y que es libre de buscar a alguien más y yo de aceptarlo… o de seguir siendo su amante a pesar del otro”.

Mientras tanto, la pareja se divierte y, cuando el pintor puede, “invita las tortas” o pone 20 pesos para el transporte; a cambio, ella paga por dos o tres noches de desvelo corrido al lado de su pintor ojiazul. Luego, regresa a su vida de doctora y él se queda en la bohemia, sus pinturas y otras aventuras de faldas más efímeras.

Cuando ella le envía dinero, él va con gusto a Hidalgo. Cada quien pone lo que puede, piensa. Al final de cuentas, de eso se trata el amor, ¿o no?


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Gardenia Mendoza
  • Gardenia Mendoza
  • Periodista especializada en temas migratorios y en la relación de México con Estados Unidos. Ha sido corresponsal para medios internacionales en radio, prensa escrita y TV. Hoy forma parte de coberturas especiales de 'Milenio'.
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