María del Refugio Pérez, originaria del ejido Juan Eugenio señala que toda la familia se prepara con un mes antes alistando la carreta, adornandola, equipando la misma para que esté lista para viajar a Cuencamé el 6 de agosto.
"Los peregrinos que quieren participar en en la procesión en La Flor de Jimulco, no desmontamos las carretas, para acudir el 30 de agosto a Jimulco".
Recuerda que fueron sus papás quienes le inculcaron el [OBJECT]amor por el Señor de Mapimí, hace 50 años que su familia viene en procesión a venerar al Señor de Mapimí. Este año se hizo acompañar de dos hijos y sus 5 nietos.
"Le debo tanto al Señor de Mapimí, él me curó a mí, hace dos años me operaron de la vesícula, porque tuve complicaciones con el páncreas, se hizo una pancreatitis los doctores ya no me daban días, estuve al borde de la muerte. Me encomendé al Señor de Mapimí y gracias a Dios estoy aquí".
Como muestra de agradecimiento dice que vendrá todos los años en una procesión religiosa, a bordo de su carreta, con sus seres queridos y con una fe inquebrantable.
Cuatro generaciones muestran su devoción
Teresa Flores cuenta que tiene una vida acudiendo a celebrar al Señor de Mapimí, recuerda que son cuatro generaciones las que vienen en carretas desde el ejido Juan Eugenio, ahora acompañada por sus hijos emprende el peregrinaje, primero a Cuencamé y luego a la Flor de Jimulco.
"La sensación que se siente por dentro de paz, alegría, por visitar al Señor de Mapimí no tiene comparación, todos los años nos encomendamos a él para que no nos falte nada y conserve la salud de los nuestros,[OBJECT] siempre nos ha cumplido, por eso venimos a verlo año con año".
"A pesar de que ya estoy grande y enferma por la misma edad tengo 65 años, no deja que pare al hospital, eso es mucho para mí y para mi familia"
Agrega que mientras "Dios le preste vida" seguirá fomentando en su familia el amor hacia el Señor de Mapimí.
"Nos preparamos con tiempo para venir a la Flor de Jimulco, desde prever refacciones para la carreta, hasta alimentos, agua, cobertores. Se acostumbra que los peregrinos se queden a dormir a un costado del templo velando al Señor de Mapimí, para partir al día siguiente, con la promesa de volver el siguiente año".