Una cruz en el predio conocido como La Gallera se levanta como el único símbolo de lo que resguarda este lugar de Tijuana: dos fosas clandestinas con los restos de más de 700 personas disueltas en ácido por Santiago Meza López, El Pozolero, las cuales podrían ser abiertas para su análisis el próximo año.
El sitio, que funcionó como centro de exterminio entre 2006 y 2009, era una finca que incluía una pequeña vivienda. Esa casa, según los colectivos de búsqueda de Baja California, fue adaptada como la cocina del Pozolero.

En su interior había dos tambos de acero de aproximadamente dos metros de altura soldados entre sí, donde se vertían químicos corrosivos junto con los cuerpos de personas asesinadas por rivalidades del Cártel de los Arellano Félix.
Una vez disueltos los restos, un tubo de cobre conectado al fondo de los tambos liberaba por gravedad el contenido hacia dos piletas excavadas en el patio, hoy convertidas en fosas clandestinas.
Las autoridades cubrieron con cemento estas piletas, que contienen cerca de 16 mil 500 litros de emulsión orgánica, la mezcla líquida que resultó de la descomposición de huesos y tejidos humanos en ácido.
De acuerdo con integrantes de colectivos, abrirlas en este momento sería liberar gases tóxicos de alto riesgo, por lo que la exhumación no ha sido posible. La Fiscalía General de la República evalúa procesarlas hasta que los químicos se solidifiquen, un escenario que se proyecta para 2026.

Fernando Oseguera Flores, presidente del colectivo Unidos por los Desaparecidos en Baja California y padre de una de las víctimas, explica la complejidad del proceso:
“En este lugar hay dos fosas que contienen 16 mil 500 litros de emulsión orgánica. Estamos esperando la respuesta de la Fiscalía porque están en condición líquida, entonces hay que esperar un tiempo más prudente para hacer la exhumación y obtener ADN que ayude a identificar a las personas”.
La dimensión de la tragedia se confirma con el hallazgo previo de 750 kilos de huesos, rescatados en el mismo predio porque no alcanzaron a ser consumidos por el ácido. Estos fragmentos fueron sepultados en un área contigua. Actualmente, estos restos humanos los tiene bajo resguardo la FGR.
Para Oseguera, recorrer La Gallera es revivir el horror: “Hace algunos años, por esta barda, había una puerta que conectaba con un predio. Por ahí recibía los cuerpos Santiago Meza. Los arrastraban hasta la cocina y ahí, en los tambos, los disolvían en ácido. Después, abrían la llave de paso y todo caía a las fosas que están ahí afuera”.
Aunque el proceso químico complica la extracción de ADN, los familiares insisten en que vale la pena intentarlo.
“Siendo honesto, creo que apenas un uno por ciento de lo que está ahí pudiera dar ADN de una, dos o tres personas, pero vale la pena por darle tranquilidad a una familia. Nosotros hemos comentado con los familiares: ya no abrir las fosas sería renunciar a esa mínima esperanza”, señala Oseguera.

Hoy, El Pozolero cumple una condena de 30 años de prisión por disolver cadáveres humanos. Sin embargo, para las familias, su encierro no representa justicia plena, ya que existe el riesgo de que recobre su libertad en los próximos años.
A 16 años de la detención de Meza López, La Gallera se mantiene como el único memorial en México donde aún reposan restos humanos en el mismo lugar donde fueron desintegrados. El predio, además, está marcado por fotografías que los colectivos han instalado para recordar a quienes ahí desaparecieron.
Oseguera, que perdió a su hijo en ese mismo sitio, ha transformado su duelo en resistencia:
“Yo ya lo acepté. Me negaba rotundamente a pensar que mi hijo quedó en esas condiciones, pero con el tiempo aprendes a vivir con el dolor. Lo que hago ahora es dignificar a todas las personas que fueron desechas en ácido. Para mí, este lugar sagrado es como un panteón donde vengo a rezarle a mi hijo”.

La cruz que hoy se alza sobre La Gallera no es un símbolo religioso cualquiera. Es un recordatorio de un infierno oculto bajo tierra y, sobre todo, un reclamo de verdad y justicia para cientos de familias que aún esperan que la ciencia, algún día, les devuelva, aunque sea un hueso o un diente de su ser querido.

EHR